Ángel González Abad - Los martes, toros

Un perico en la Monumental

«Ha muerto Juan Segura Palomares, un apasionado de la vida, de los toros y del fútbol»

Ha muerto Juan Segura Palomares, un apasionado de la vida, de los toros y del fútbol. Alegre, jovial, se hacía querer. Y dio siempre mucho, era tremendamente generoso en la amistad. Tuve la suerte de tratarlo durante mi travesía catalana y nuestro punto de encuentro era siempre la Monumental. Cuánto luchó y cuánto sufrió con el ataque a la Fiesta.

Más catalán que nadie, barcelonés como pocos y gran aficionado. En su alma taurina le entraban muchos toreros, pero en su otro yo, única y exclusivamente su espíritu tenía color blanquiazul. El Espanyol, perico hasta la médula.

Y entre sus dos pasiones, el periodismo. Porque Juan era un periodista de raza, de los antiguos, de los de verdad. Solo repasar su trayectoria nos da medida de un trabajo ingente y sobresaliente. Solidaridad Nacional, Tele/eXprés, Mundo Deportivo, La Prensa, Diari de Barcelona, del que fue director. Fue responsable de comunicación del R.C.D. Espanyol, escribió su historia, asesoró a la presidencia y fue el autor de su himno. Dejó la profunda huella de un perico de lujo, de recuerdo imborrable. Como imborrables sus crónicas de lo sucedido en la Monumental barcelonesa, su brillante etapa como presidente de la Federación de Entidades Taurinas de Cataluña, y el recuerdo de aquella gala taurina de enorme repercusión social. ¡Ay, los premios Pere Balañá Espinós! Aquel homenaje permanente a un gran empresario, al que ha reivindicado siempre más la afición que sus propios herederos.

Del viejo Sarriá al tendido 2 del coso de la Ciudad Condal. Segura Palomares se entregó siempre al fútbol y a los toros. Con la misma pasión, con igual ilusión. Con simpatía eterna, con entrega, con esperanza, incluso en la tarde en la que la Monumental cerró sus puertas un triste domingo de septiembre de ahora hace siete años.

Nunca cundió en él el desánimo sobre el futuro de la Fiesta en Cataluña. Luchó por frenar el cerco que el nacionalismo imperante fue imponiendo sobre el espectáculo taurino. Y nunca una mala palabra, señorío hasta el final.

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