Joan López - Tribuna abierta
Partit Demòcrata Català
El sainete de la denominación de la nueva CDC les ha convertido en un partido expósito
CDC ha tenido un mal fin de semana que en realidad es la continuación, que no se si el culmen de una muy mala época. Sus últimas alegrías fueron ya hace un lustro, cuando en 2010 sacaron 62 diputados y, a la tercera, Mas accedió a la Presidencia de la Generalitat y unos meses más tarde, cuando Trias ganó el Ayuntamiento de Barcelona. De entonces hasta ahora todo han sido sinsabores, para ellos, y con ellos para todos los catalanes.
A cada vuelta de tuerca de Convergència hacia el independentismo un río de votos se ha ido bien a ERC, bien a la CUP, bien a Ciudadanoi, bien a la abstención, incluso en las últimas generales al PP. A cada abrazo con David Fernández, a cada beso con Forcadell, a cada estelada plantada a la entrada de un municipio gobernado por ellos un montoncito de votos menos, pero ellos erre que erre.
Este fin de semana CDC celebró la primera entrega de su congreso, el próximo capítulo llega el día 23. A la humillación a la que Mas fue sometido por la CUP sumamos ahora la de su propia militancia.
CDC perdió a Unió, perdió a Recoder, perdió a Fernández Teixidó, perdió a Gasòliba, perdió decenas de miles de votos, centenares de alcades, decenas de diputados, casi se podría decir que solo les quedan los Pujol, esos intentan quitárselos de encima pero son auténtico Loctite.
El sainete de la denominación del partido les ha convertido en un partido expósito, su definición ideológica: independentistas y republicanos en una versión «upper diagonal» de ERC. Puigdemont asiste atónito a las sesiones congresuales tras su mítica frase: «si lo llego a saber no me presento a la investidura».
El 23 será un paso más, el penúltimo, a la irrelevancia política y social.
La pregunta es: ¿quién ocupará su espacio? ¿quién captará el voto moderado? ¿Quién será el «pal de paller»?