Ignacio Martín Blanco - TRIBUNA ABIERTA

Un partido absolutamente residual

los partidos nacionalistas, a menudo con la inestimable colaboración del PSC-PSOE, han hecho todo lo posible por presentar al PP como un partido ilegítimo por anticatalán

“Cuesta mucho encontrar un votante declarado del PP en Cataluña”, afirmaba ufano el diputado a Cortes por ERC Gabriel Rufián hace unos días cuando coincidimos en El Debat de TVE. Y lo cierto es que es un hecho constatable que en Cataluña poca gente se atreve a mostrar en público afinidad con el PP. Pero cuidado que eso no quiere decir ni mucho menos que el PP sea -como asegura Rufián- un partido “absolutamente residual en Cataluña”, sino que sus cientos de miles de votantes y simpatizantes catalanes suelen optar por el silencio ante la hedionda demonización sistemática que los populares vienen sufriendo desde los primeros años 2000 por parte del resto de los partidos catalanes con la excepción de Ciutadans, que desde su fundación comparte anatema con el PP.

Así pues, la cosa no es nueva sino que ya hace muchos años que cuesta encontrar un votante declarado del PP en Cataluña, mientras que los de ERC campan legítimamente por sus respetos, pese a que desde el advenimiento de la democracia el PP ha quedado por encima de ERC en la mitad de las elecciones autonómicas en las que han competido -por no hablar de las elecciones generales, en las que el PP casi siempre ha superado holgadamente a ERC en Cataluña-, la última vez en el 2010, cuando el PP obtuvo 18 escaños por los 10 de ERC. Poco antes Carod-Rovira se había adelantado a Rufián diciendo que el PP era un partido “marginal” en Cataluña. ¿Que la realidad electoral catalana dice lo contrario? ¡Pues tanto peor para la realidad electoral catalana!, pensarán Carod y Rufián, que no solo demuestran su desprecio por la pluralidad constitutiva de la sociedad catalana, sino sobre todo su menesterosa concepción de la democracia, despojándola del necesario respeto a los derechos individuales y de las minorías y planteándola como una mera tiranía de la mayoría, a menudo incluso de una mayoría imaginaria afirmada por ellos mismos a golpe de propaganda.

El hecho que con tanto orgullo constata Rufián es en la práctica un síntoma del ambiente insano que preside la vida pública en Cataluña desde hace años; fiel trasunto del escaso respeto por la diversidad y el pluralismo que caracteriza a los partidos consagrados a la construcción nacional; alarmante reflejo del deterioro de la democracia que padecemos los catalanes. Me refiero, insisto, específicamente a la vida pública, es decir, al debate político y mediático, pues no me cansaré de repetir que la sociedad catalana sigue siendo, a pesar de los denodados esfuerzos de los partidos nacionalistas, mucho más abierta, plural y dialogante de lo que parece a tenor de la opinión prevaleciente en el espacio público catalán. Con todo, hay que reconocer que algún fruto han dado los esfuerzos por emponzoñar la convivencia entre catalanes demonizando a un partido que incluso en sus horas más bajas ha seguido y sigue representando a cientos de miles de ciudadanos de Cataluña, solo por no compartir los dogmas del nacionalismo catalán. La última prueba de ello se produjo el pasado domingo de madrugada, cuando un grupo de bárbaros asaltó a pedradas la sede del PP en Nou Barris, que amaneció con pintadas de “fascistas, burgueses, machistas, explotadores y opresores”, insultos por otra parte coherentes con los que normalmente dedican implícita o incluso explícitamente al PP políticos y tertulianos nacionalistas.

El caso es que los partidos nacionalistas, a menudo con la inestimable colaboración del PSC-PSOE, han hecho todo lo posible por presentar al PP como un partido ilegítimo por anticatalán -como si no fuera perfectamente posible ser procatalán y a la vez antinacionalista-, promoviendo acuerdos tan sectarios y excluyentes como el Pacto del Tinell (PSC, ERC e ICV-EUiA) o la firma ante notario de un documento con el compromiso de no pactar con el PP (CiU). Tales iniciativas, descaradamente orientadas a expulsar de entrada al PP de eso que Jürgen Habermas denomina la esfera pública, forman parte de la cotidianidad de la política catalana. Se trata de que los populares no puedan ni siquiera opinar en la conformación del debate público catalán, no vaya a ser que lo contaminen con sus pejigueras sobre la unión, la igualdad y la solidaridad entre españoles; la compatibilidad entre catalanidad y españolidad; el bilingüismo en la administración y en la enseñanza; o el respeto a la Constitución y las leyes. Su voz debe ser acallada o, por decirlo en términos rufianescos, residualizada. Los nacionalistas pisotean, entre otras cosas, dos de los criterios que Habermas define como indispensables para la existencia de una esfera pública de calidad y de una democracia deliberativa sana: el criterio de inclusividad y el de autonomía, que implican que cada cual pueda proponer lo que desea, sin exclusiones a priori y sin condiciones establecidas por los demás participantes en el debate público. ¡Bah, qué sabrá ese tal Habermas…!, pensará Rufián.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación