Pablo Nuevo López - Tribuna Abierta
Paradojas progresistas de la libertad de expresión
Sorprende cómo un sector de la izquierda, que reniega de la familia y decide no tener hijos, vive obsesionado por educar la sensibilidad y transmitir valores morales a los niños de otros
Tras la imputación por apología del terrorismo de los titiriteros que en una obra de carnaval para niños se dedicaron a representar ejecuciones de monjas y banqueros, terminando su función con vivas a ETA, parte de la izquierda ha comenzado a movilizarse en solidaridad con ellos, bajo el argumento de que la libertad de expresión no debe tener límites.
De entrada sorprende cómo un sector de la izquierda, que reniega de la familia y decide no tener hijos, vive obsesionado por educar la sensibilidad y transmitir valores morales a los niños de otros; en efecto, más allá del contenido concreto de la obra llama la atención la naturalidad con la que los artistas en cuestión asumen que pueden prescindir del consentimiento y conocimiento de los padres a la hora de contar a sus hijos que el mundo estaría mejor si volviera a existir el gulag para religiosas, burgueses y, en definitiva, todos aquellos que en el imaginario popular coinciden con "la derecha".
La segunda paradoja es que aunque defienden una comprensión completamente individualista de la libertad de expresión, pretenden que sea el conjunto de la sociedad quien financie sus creaciones. Y es que aun cuando consideran que no hay fin social apto para erigirse lícitamente en límite de su libertad de expresión (ni la moral pública, ni el interés del menor, ni la dignidad de las víctimas de ETA), confieren tal valor social a su deconstrucción cultural que reclaman que se la paguemos los demás.
Es cierto que el establecimiento de límites a la libertad de expresión presenta riesgos, en la medida en que por esta vía puede abrirse el camino al dirigismo cultural. Es razonable entonces establecer cautelas para evitar la coacción injustificada desde el poder, con un cierto confinamiento de lo moral en la esfera privada; pero pretender una completa neutralidad moral del Estado hace imposible construir la política sobre la justicia. Aquí está la tercera paradoja de este razonamiento: el reconocimiento de la conciencia individual y de la existencia de límites naturales a la acción del poder es manifestación de un principio social básico para construir un orden político sobre parámetros de justicia, de manera que lleva en sí mismo la incorporación de un aspecto moral al orden público, quebrando de este modo la pretendida neutralidad absoluta del Estado.
Vulneración de los derechos de los padres, deconstrucción del ethos de nuestra cultural, incapacidad de fundamentar la justicia política... quizá lo realmente paradójico sea considerar que quienes sostienen esto contribuyen al progreso de nuestra sociedad.
Pablo Nuevo es abogado y profesor de derecho constitucional.