José García Domínguez - PUNTO DE FUGA
Oriol Pujol & Cía.
En política, como en casi todo, el nuestro es un tiempo de pigmeos
En política, como en casi todo, el nuestro es un tiempo de pigmeos. Una era donde resultan inconcebibles los De Gasperi, Luigi Einaudi, Willy Brandt, Lyndon Johnson o Franklin Delano Roosevelt. Al margen de la ideología, seres de calidad humana superior que fundamentaron su vocación por el servicio público en la responsabilidad moral. Glosando esa miseria institucionalizada que hoy nos ha tocado en suerte, contaba Montanelli que para uno de aquellos hombres, Benedetto Croce, la derecha era, sobre todo, una cultura, "un catecismo de conductas: desinterés, corrección, horror al espectáculo y a la demagogia". O sea, la precisa, literal, exacta antítesis de gentecilla como, sin ir más lejos, los Pujol, empezando por el padre y acabando por el ya encarcelable Oriol. No obstante, hay una evidencia empírica que las pequeñas miserias particulares de los pequeños pigmeos contemporáneos siempre prestos al saqueo a calzón quitado no terminan de explicar. Ocurre que los gobiernos autonómicos, con independencia de quién los controlase, han resultado en promedio mucho más corruptos que el ejecutivo central. La evidencia estadística se revela clamorosa, indiscutible. Algo que parece dar la razón a Fukuyama y su “Orden y decadencia de la democracia”, obra magna que acaba de ser publicada en español.
Los países que crearon administraciones públicas sólidas cuando todavía eran Estados autoritarios, sostiene su tesis central, lograron dotarse de instituciones políticas autónomas e independientes, que han sobrevivido a los cambios de régimen hasta la actualidad. Bien al contrario, los que se democratizaron antes de contar con un Estado fuerte dieron lugar a muy arraigadas redes clientelares llamadas a hacerse crónicas, redes con vocación de perpetuidad. En España, el Estado moderno se fue formando cuando el liberalismo predemocrático de la Restauración. De ahí sus vicios, pero también sus virtudes. Las Autonomías, en cambio, vieron la luz un siglo después, en el último tercio del siglo XX, y en paralelo a la implantación del sufragio universal. De ahí acaso los orioles. Triste, pesimista, desoladora premisa esa de Fukuyama.