La CUP, ocho años para cambiar el activismo de trinchera por las moquetas del Congreso

Tras años de negativas, el partido promete accelerar el «procés» entrando en el Govern

Rueda de prensa de la CUP a las puertas del Congreso Efe

Miquel Vera

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En 2012, tres desconocidos diputados de la CUP rompieron la atonía del Parlamento catalán, por aquellos tiempos dominado por CiU con el respaldo del PPC de Alicia Sánchez Camacho. Eran otros tiempos, aún previos al «procés», y la política regional discurría plácida por los meandros de la crisis económica y los puntuales choques intestinos que sacudían la federación nacionalista que encabezaban Artur Mas y Josep Antoni Duran i Lleida. David Fernández, Quim Arrufat e Isabel Vallet irrumpieron en este «oasis» autonómico tras una campaña de corte asambleario desarrollada en los márgenes de política tradicional. Con su entrada en el Parlament (la formación, fundada en 1987, llevaba años presente en decenas de ayuntamientos de toda Cataluña), la CUP prometía «romper» con todo. Estética y políticamente hablando.

Volviendo la vista atrás se puede decir que los antisistema cumplieron parte de su cometido al lanzar, como ellos dicen, al entonces presidente a «la papelera de la historia», invistiendo a Carles Puigdemont para hacer el referéndum del 1-O e impulsando la fallida declaración unilateral de independencia de 2017.

Optimismo autonómico

En menos de dos lustros, los anticapitalistas pueden jactarse además de haber radicalizado la política catalana y haberla llevado a su terreno, pero sin obtener resultados tangibles. Con este panorama la CUP encara ahora su futuro próximo con el reto de preservar su frescura y pedigrí «rupturista» a pesar de dilapidar su promesa original de estar en el Parlament de forma «temporal» y de no pisar las moquetas del Congreso de los Diputados, donde hoy tienen dos escaños. Con todo, los antisistema preparan con optimismo sus cuartas elecciones autonómicas -las últimas encuestas les dan hasta siete escaños, tres más que ahora- y no temen que su salto a las Cortes, donde Mireia Vehí se estrenó en diciembre como la primera portavoz de los anticapitalistas en la capital del Estado, les vaya a pasar factura.

«Es importante que el conflicto se traslade a Madrid», se justificó Vehí recientemente en una conversación televisada con el diputado de ERC Gabriel Rufián. «Cada vez que me pongo en ese atril (del Congreso) me siento marciana», redondeó. Resulta evidente que la formación de Anna Gabriel, fugada discretamente a Suiza, se esfuerza por exhibir una cierta incomodidad ante el funcionamiento de la política «tradicional» por más que, en realidad, hace años que el partido atesora en su haber el recorrido propio de una formación al uso: cientos de concejales, presencia en ayuntamientos y diputaciones provinciales, un abultado catálogo de excargos -hasta ahora la CUP no permitía a sus electos repetir en las listas al Parlament-, medios y tertulianos afines y hasta un think tank (el Institut Sobiranies) creado recientemente por cuadros del partido de la mano de Jaume Roures , agitador de la polítia catalana y multimillonario fundador de Mediapro.

Asamblea de la CUP EFE

A lo largo de este curso político, la CUP, una formación de i nspiración marxista y aspiración pancatalanista, ha paladeado también el sabor de los escándalos al verse en el centro de una oleada de denuncias de casos de acoso sexual en la que han acabado señalados algunos de sus líderes. Todo se abrió a raíz de un mensaje en Twitter que disparó la etiqueta «Matxis EI» (Machistas de la izquierda independentista).

Durante días, se sucedieron las acusaciones de abusos, tocamientos y acoso protagonizado por regidores, activistas, militantes y hasta dirigentes de un partido que ha hecho del feminismo (todos sus electos hablan de sí mismos en femenino) una de sus principales banderas. Este efervescente «Me Too» antisistema se saldó sin dimisiones ni culpables, algo que ha provocó el abandono del partido de dirigentes como la exlíder en el Parlament Mireia Boya, que también denunció haber sufrido acoso y humillaciones por parte de sus compañeros de filas.

Ser decisivos

Conscientes de que la pandemia de coronavirus ha hecho entrar el «procés» en una fase de letargo que puede durar años, la CUP se prepara ahora para dar el salto a la Generalitat. Así lo están debatiendo sus bases desde hace semanas en asambleas territoriales celebradas de forma presencial y telemática.

Según han confirmado fuentes del partido a ABC, el objetivo para la próxima legislatura pasa por tener una participación directa en instituciones, como el Govern o la Mesa del Parlament, que hasta hace meses calificaban de «autonomistas». «Es una idea que está teniendo muy buena aceptación en las asambleas de la militancia», prometen fuentes de la formación. Hasta ahora, el partido había preferido circunscribir su actividad «apretando» a Junts per Catalunya y ERC desde las calles y en el Parlament.

«La CUP tiene que ser aún más decisiva», afirman los anticapitalistas antes de reconocer que ya no hay debate interno sobre la conveniencia o no de seguir presentándose a las elecciones regionales. «Todo el mundo ha visto qué pasa cuando a CUP es decisiva», concluyen.

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