Mariano Gomá - Tribuna Abierta
Nomenclátor, calles e inmortalidades
Parece que se ha instalado la moda de poner encima de la mesa mociones e iniciativas para cuestionar de forma más o menos virulenta el nomenclátor de nuestros pueblos y ciudades
Parece que se ha instalado la moda de poner encima de la mesa mociones e iniciativas para cuestionar de forma más o menos virulenta el nomenclátor de nuestros pueblos y ciudades en relación a personas que, en boca de gente sin conocimiento de la historia, porque han vivido sus escasos años de vida chupando del bote de la inactividad, son asociados al régimen franquista o fascista.
Como quisiera darle una cierta dosis de humor, recordaré una reflexión que un día deduje de un buen libro: “Hay que tener sumo cuidado en que no pongan nuestro nombre a una calle de una ciudad aunque sea la nuestra, mientras vivamos o al poco tiempo de haber palmado, puesto que es muy peligroso intentar asegurarnos la inmortalidad por estar integrados en el nomenclátor urbano. Por ejemplo, muy poca gente sabe hoy en día si Balmes, Serrano, Claudio Coello, Aribau, Muntaner, Hermosilla, Fleming, Bravo Murillo o Espronceda son nombres de calles o de personas inmortales. Y me atrevería a asegurar que si tomamos un taxi y le hablamos de Lagasca, responderá, sin duda… ¡Hombre! ¡Qué coincidencia! Ese tipo se llama como la famosa calle del barrio de Salamanca”.
Este es, probablemente, el futuro de tantos inmortalizados en calles. Ovidio ya escribió que “los inmortales se metamorfosearán en nombres de calles”. Considero que es triste acabar siendo una dirección de GPS.
Estoy de acuerdo en apartar de los espacios públicos el recuerdo de personajes de pasado violento o protagonistas de episodios lamentables de la historia. De hecho, siempre he aplaudido que después de la muerte de Franco se eliminasen de todas partes las calles o avenidas del Generalísimo, Jose Antonio o Victoria. Pero en estos momentos es un gran riesgo eliminar nombres porque sí, y las comisiones que se nombrarán para el estudio de tantos casos particulares tienen una ardua tarea.
Primero, porque nunca se sabe dónde está la frontera de los desastres de la historia y, sobre todo, las épocas a las que debemos llegar. Y, además, ¿deberíamos eliminar todas las estatuas ecuestres de nuestras ciudades por insultantemente guerreras, aunque fueran las de Espartero, en Madrid, o Il Colleone del genial escultor Verrochio, en Venecia?
Hay que ser extremadamente cuidadoso puesto que después de la Guerra Civil del siglo XX mucha gente se exilió, pero una infinidad de personas y familias se quedaron aquí, al pie del cañón, para comenzar de nuevo a empujar el país hacia el desarrollo y la prosperidad. Y lo hicieron desde la profesionalidad, el comercio, la economía y la cultura, trabajando discretamente bajo el régimen franquista, sin hacer demasiado ruido. Solo trabajando, cada uno a su manera. Por todo ello no se puede juzgar frívolamente a las personas que en muchos casos cimentaron el prestigio de nuestras ciudades y nuestro país habiéndonos dejado un legado que hoy día no tiene precio y que poca gente se pregunta de dónde ha salido.
Me vienen a la memoria nombres de muchas personas que están siendo acusadas injustamente de franquistas-fascistas, cuando lo único que hicieron en su vida fue trabajar para su país, llevar adelante a su familia y contribuir al bienestar social que ahora tanta gente alardea de tener o reclama vehementemente. Lo que más me preocupa es que toda esa gente que lo reclama, aunque vivieran tres vidas, no llegarían jamás a la suela del zapato del nivel que nos dejaron todas esas personas, para ellos… indeseables fachas. Pero, claro, ese ilustre coro de voces se compone de elementos que usan lo que la sociedad les ofrece como tecnología y, sobre todo, libertad para saltarse a la torera las formas, los valores y la ética. Aunque quizás peco de ingenuo ya que ellos y ellas ni saben lo que es la ética ni tienen idea de historia y por supuesto ni les suena lo que significa el trabajo y el esfuerzo.
Para acabar, también con un toque de humor, pregunto: ¿A todos aquellos vecinos afectados por el cambio de nombre de sus calles, alguien les indemnizará económicamente por verse obligados a cambiar sus tarjetas, papel de carta, documentos de identidad, tarjetones y direcciones comerciales publicitarias o direcciones postales oficiales?
Es, tan solo, una pregunta.
Mariano Gomá es vocal de Sociedad Civil Catalana