Ignacio Martín Blanco - Tribuna Abierta

El «no» de Sánchez

Lo lógico sería que el hecho de ser el partido más votado con diferencia te asegurara al menos el liderazgo en cualquier combinación que requiera de tu participación

El PP gana las elecciones y propone al PSOE y a Ciudadanos un acuerdo para la formación de Gobierno. Mariano Rajoy, consciente de que su investidura depende del beneplácito del PSOE, se muestra en todo momento dispuesto a dialogar con Pedro Sánchez y Albert Rivera sobre la mejor fórmula para articular un acuerdo que sume 253 escaños de los 350 que tiene el Congreso y que represente a más del 70% de los españoles. Pas mal. Albert Rivera recoge el guante aunque legítimamente pone condiciones, pero Pedro Sánchez se apresura a decir «no, no y no», e incluso se pregunta con soberbia: «¿Qué parte del “no” no ha entendido Rajoy?». Hasta aquí, los hechos.

Sin embargo, según Sánchez y no pocos opinantes partidarios de cualquier pacto con cualquier fuerza política menos con el PP quien paradójicamente imposibilita un acuerdo de Gobierno es el PP, y más concretamente Rajoy. Le achacan lo de siempre: cerrazón, despotismo, incapacidad para el pacto, etcétera. «El PP no tiene con quien pactar”, repiten como si la cosa no fuera con ellos. Hablan aquellos que ya de entrada dicen «no, no y no» a un acuerdo con el partido más votado de España el pasado 20 de diciembre; los mismos que en el 2003 firmaron en Cataluña el ominoso Pacto del Tinell con el objetivo explícito de aislar al PP, que por entonces era también el partido más votado de España; los mismos que pactan en Badalona con quien haga falta para evitar que gobierne la fuerza más votada, otra vez el PP, ese partido al que después le achacan incapacidad para el pacto. Se empeñan en aislar al PP, para después reprocharle su aislamiento. Todo muy coherente.

Por otra parte, critican a Rajoy por haberse negado a intentar la investidura, como si las posibilidades de Rajoy no dependieran necesariamente de un acuerdo con el PSOE. La negativa de Sánchez a escuchar siquiera la propuesta de Rajoy anula cualquier posibilidad de que el líder popular pueda formar Gobierno, aun en el caso de llegar a un acuerdo con Ciudadanos. Tiene sentido que Rajoy haya decidido esperar y no inmolarse solo para solazar a Sánchez. Aunque tras el portazo de Sánchez no hacía falta que lo hiciera, Rajoy reconoce que en este momento no tiene los apoyos suficientes para intentar la investidura y cede la iniciativa a quien presume de tenerlos. Se supone que si Sánchez se niega a explorar el acuerdo para investir a Rajoy es porque está convencido de poder liderar una mayoría alternativa que en ningún caso requiera la participación del PP. Si es así, que le dé forma y que obtenga la confianza del Congreso. Si no, que asuma sus limitaciones y que deje de intentar encajar el puzle a martillazos, porque eso es exactamente lo que implica la pretensión de recabar el apoyo conjunto de Podemos y Ciudadanos, cosa que por cierto ya le han dejado claro tanto Rivera como Pablo Iglesias. Para Rivera la unidad de España es un principio innegociable, mientras que para Pablo Iglesias es solo un accidente. No se trata de una diferencia menor, sino de una discrepancia insalvable para gobernar España en un momento como el actual, con un Gobierno independentista en Cataluña dispuesto a proclamar la independencia unilateral. (Por cierto, el caso de Podemos, quizá junto con el de Izquierda Unida, es único en el mundo: no existe en ningún país de nuestro entorno ningún partido de ámbito nacional que promueva la fragmentación de la soberanía nacional, que reside en el conjunto del pueblo del que emanan los poderes del Estado).

La otra opción que de forma más o menos clara baraja Sánchez, el frente popular con Podemos, IU, el PNV y los partidos catalanes abiertamente separatistas, tampoco necesita de la aquiescencia del PP. Claro que entonces Sánchez no solo tendrá muy complicado gobernar tras la investidura, sino sobre todo tratar de explicar al mundo la aberración de haber conformado un Gobierno de España a través de una mayoría parlamentaria unida en torno al menosprecio, cuando no el desprecio, de la unidad del pueblo español y de su soberanía. Esa hipótesis se compadece incluso peor que la anterior con la retórica de Sánchez sobre «lo que de verdad quieren los españoles». No en vano, Podemos e IU menosprecian la unidad del pueblo español cuando abogan por la celebración de un referéndum secesionista en Cataluña, que supone cuartear la soberanía nacional. Para ellos y, en el mejor de los casos, también para el PNV la unión de los españoles es un hecho contingente y perfectamente prescindible. En el caso de los separatistas catalanes el menosprecio se torna en insondable desprecio. Así pues, queda claro que lo que pretende Sánchez es la cuadratura del círculo. Con todo, está en su derecho de intentarlo. Parece que él personalmente no cree tener mucho que perder. Otra cosa es su partido.

No hace falta decir que en un sistema parlamentario ganar las elecciones no te asegura formar Gobierno, pero lo lógico sería que el hecho de ser el partido más votado con diferencia te asegurara al menos el liderazgo en cualquier combinación que requiera de tu participación. Lo que no tiene sentido en las actuales circunstancias de dependencia mutua casi ineludible entre el PP y el PSOE es que algunos pretendan que el partido más votado (PP) facilite la investidura del segundo (PSOE), después de que éste se haya negado con displicencia a facilitar la del primero. Decir no al acuerdo que propone Rajoy y que Rivera se muestra dispuesto a estudiar nos aboca en las actuales circunstancias, o bien a un Gobierno del PSOE apoyado por el populismo de chavistas y separatistas que ponga en entredicho la propia continuidad de nuestro marco de convivencia y solidaridad, o bien a nuevas elecciones, con todo lo que ello representa en términos de inestabilidad política y económica. Eso es lo que significa el «no» de Sánchez. Ahora la pregunta es: ¿qué parte de su propio «no» no ha entendido Sánchez?

Ignacio Martín Blanco es politólogo y periodista.

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