José Rosiñol - Tribuna Abierta

De muros y arquetipos

El nacionalismo, a medida que avanza en su alocada carrera a ninguna parte, se enfrenta a sus propias contradicciones y al siempre apabullante muro de la realidad

Es cierto que en Cataluña llevamos décadas inmersionados en un programa de ingeniería social que desdibuja la realidad, fuerza el marco mental de la sociedad, impregna de ideología todo lo simbólico y recurre al mito y al ritual para reforzar un relato que el nacionalismo pretende unívoco, irreversible y necesario. Una especie de feliz e indolora fatalidad histórica que muchas veces muestra su verdadera cara preñada de hiel y rencor. Lo que vivimos y sufrimos los catalanes –incluidos aquellos que han prestado oídos a los cantos de sirena nacionalista– podría ser la encarnación sociológica del mito de la Caverna de Platón, solo vemos las sombras de los que solo quieren que veamos y creamos en una ficción, su ficción.

Pero por mucho que el programa nacionalista insista, por mucho que juegue con este pensamiento mágico, por mucho que intente inculcar su arquetipo, enarbole su filias y sus fobias, su obsesión por dividir y fracturar, por tratar de imponer aquello que creen sagrado y que rechacemos aquello que les resulta un tabú, el nacionalismo, a medida que avanza en su alocada carrera a ninguna parte, se enfrenta a sus propias contradicciones y al siempre apabullante muro de la realidad, a esa realidad que es la Cataluña real no domesticada bajo el influjo del relato tejido por el separatismo.

Si nos detenemos y reparamos en ello, vemos como su concepción moral pasa por crear muros y separaciones, nos quieren separar de nuestros compatriotas, nuestros familiares y amigos. Parten de una concepción mental en la que hay un muro de separación cimentado en la animosidad y la superioridad moral expresado en juegos del lenguaje como cuando hablan de «los españoles y los catalanes», alguno como Oriol Junqueras aduciendo incluso razones genéticas.

Obviando, precisamente esa realidad que les incomoda, ignorando incluso a sus propios instrumentos demoscópicos como el CEO, y es que una inmensa mayoría de catalanes nos sentimos en distinto grado catalanes y españoles. Por ello, por esta prenoción profundamente interiorizada solo gobiernan para unos pocos, por eso instrumentalizan y secuestran nuestras instituciones, porque están íntimamente convencidos de que solo una parte de los catalanes son «verdaderos» catalanes.

Sin embargo, como decía más arriba, la realidad es muy dura, el 9N se dieron de bruces con un Estado que antepone la libertad a la imposición, quedaron desnortados ante la bajísima participación en su consulta, aún más esperpéntica resultó la tergiversada lectura de sus «elecciones plebiscitarias» del 27S cuando obtuvieron una minoría de votos y tienen que gobernar con el súmmum del nihilismo nacionalista: con el anticapitalismo y el euroescepticismo de las CUP.

Y ahora, a medida que la poesía, lo bucólico y lo épico van disipándose para dar paso a la plúmbea prosa de la realidad, se topan con el muro de la democracia, con una máxima democrática que es vacuna y cura ante el despotismo, la arrogancia y la arbitrariedad: en democracia, nadie, vivas dónde vivas, seas quien seas –expresidente de la Generalitat o Presidente de los EE.UU–, nadie está ni puede estar por encima de la Ley.

@JosRosinol

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