Muere a los 92 años el obispo Pere Casaldàliga

El religioso catalán ha fallecido en Brasil, país en el que entregó su vida a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, de los campesinos y de los más desfavorecidos

Pere Casaldáliga, fotografiado a mediados de los noventa EFE

Miquel Vera

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El obispo Pere Casaldàliga nació en Balsareny (Barcelona) el 16 de febrero de 1928, no obstante, su nombre quedará ligado para siempre al Brasil y al Amazonas, el lugar al que se trasladó en 1968 y del que nunca regresó. Allí, el religioso catalán entregó su vida a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, de los campesinos y de los pobres que habitan en la profundidad de la mayor selva del planeta. Desde el Amazonas, alejado de los despachos y los palacios, Casaldàliga también ahondó en su compromiso con la denominada «Teología de la liberación», una corriente eclesial surgida tras el Concilio Vaticano Segundo pero muy perseguida durante años por algunos estamentos del clero por su estrecha vinculación a teorías marxistas como el materialismo histórico. El obispo ha muerto este sábado en Brasil, según han informado vía Twitter la Asociación Aragua con el Obispo Casaldáliga (Barcelona) y la Asociación Ansa (Brasil). «Con profunda tristeza lamentamos comunicar que Pedro #Casaldáliga ha muerto en el día de hoy a la edad de 92 años», dice el tuit.

Casaldàliga nació en el seno de una familia tradicional y católica de la Cataluña interior, sintió su vocación sacerdotal muy pronto y a los nueve años ya estaba en el seminario claretiano de Vic. Como pasó en toda su generación, su infancia y su forma de entender la vida quedaron marcadas por las dolorosas cicatrices de la Guerra Civil (1936-1939), que vivió en primera persona. «Aprendí a escuchar a la gente mayor, que comentaba cosas muy graves, incluso aprendí a callar como ellos.(...) Muchas veces tuve que silenciar -ante los milicianos, ebrios de vino y de preguntas- el paradero de las monjas o el escondite de los desertores, o el paso de cualquier cura o fraile con el nombre cambiado o indumentaria sospechosa», explicaba el prelado sobre esta etapa de odios cruzados y persecución religiosa.

La carrera eclesial de Casaldàliga cobró fuerza a partir de 1952, cuando fue ordenado sacerdote en Barcelona. Sus primeros pasos lo llevaron a Barbastro y Madrid, donde ejerció diversas funciones y cargos dentro de la comunidad de los claretianos. Con ellos, explotó su apuesta por una Iglesia basada en una Fe «adulta, corresponsable, libre, pobre y sin jerarquías impuestas». Estas coordenadas lo hicieron pionero con una nueva manera de hacer comunidad, pero también le costaron agrias polémicas y choques con la jerarquía eclesial de la etapa franquista. A finales de los años sesenta Casaldàliga fue trasladado a Brasil, donde encontró su vocación definitiva caminando al lado de los campesinos sin tierra, los pueblos indígenas y enfrentándose a terratenientes y multinacionales en un territorio con una escasa presencia del Estado.

«Llegábamos a un mundo sin retorno. Los primeros meses (...) hicimos de enfermeros. Y pudimos comprobar de cerca la presencia, múltiple, abrumadora, de la enfermedad y de la muerte en la región. Verminosis, deshidratación, malaria, hepatitis, tétanos umbilical, todo tipo de enfermedades de la piel… la desnutrición, enfermedad crónica». Así describió Casaldàliga sus primeros compases por un mund del que nunca se desligó y en el que dejó huella. La actitud combativa de Casaldàliga, y sus posiciones favorables a una profunda renovación de la Iglesia, lo llevaron también a tener problemas con el Vaticano durante el pontificado de Juan Pablo II. En 1988 fue llamado a la Santa Sede para explicar su conducta, su orientación pastoral y su posición. A pesar de ello, hoy es un referente -casi- indiscutible de la Iglesia misionera española y altos miembros del clero como el presidente de la Conferencia Episcopal y Cardenal-arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, se han declarado afines a su obra.

El legado del obispo catalán también seguirá vigente a través de los movimientos sociales que impulsó, y que son ya un referente en la lucha indígena latinoamericana. A su vez, la diócesis que fundó y encabezó entre 1971 y 2005, San Félix de Araguaia, seguirá indudablemente ligada a su estilo. Tal fue su compromiso con esa Iglesia pobre y cercana que diseñó a su medida para acercarse a los pobres, tal y como predicaba la «Teología de la liberación», que al dejar el cargo de obispo pidió poder seguir ligado a su diócesis hasta que sus fuerzas lo impidieran. Ello, a pesar de su delicada salud, sacudida el párkinson y por las cinco veces en que venció la malaria a lo largo de su vida.

Un detalle resume el compromiso de Casaldàliga -quien generó en vida una nutrida legión de seguidores- con la lucha indígena. El mismo día de su ordenación episcopal, el nuevo obispo hizo público un extenso y duro documento donde analizaba detalladamente cada uno de los casos de explotación y maltrato de pequeños campesinos e indígenas, apuntando responsables y causas. Una «declaración de guerra» a la carta blanca a la explotación de los indígenas titulado «Una iglesia de la Amazonía en conflicto con el latifundio y la marginación social». Este texto es considerado hoy uno de los más importantes en la historia de la lucha por la tierra en Brasil y conecta, en cierta forma, con el reciente compromiso del Papa con el papel del cristianismo en el pulmón verde del mundo. «Terco y radical; con un gran sentido del humor. Siempre risueño, gran conversador. Comprometido, obstinado, pobre. Esperanzado. Amante de la poesía y poeta. Revolucionario. Portador de Paz. Un hombre que arde en caridad, que abrasa por donde pasa». Con estas palabras fue descrito por sus discípulos Casaldàliga, quien deja huérfana su amada Amazonía, pero situada como epicentro de la renovación eclesial que hoy abandera el papa Francisco.

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