Montserrat, raíles al cielo

Creado en el siglo XIX, el cremallera de Montserrat lleva feligreses y turistas a uno de los santuarios más populares de España

El cremallera de Montserrat, con la montaña de fondo ABC

Miquel Vera

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El traqueteo y los suaves chirridos del tren cremallera de la montaña sagrada de Montserrat interpretan la banda sonora de Cristina Pascual desde hace más de doce años. Con el tiempo, la suya se ha convertido en una existencia dedicada a unir, en cierto modo, el mundo terrenal con el celestial a bordo del icónico cremallera creado en el siglo XIX y reinaugurado en 2003 para llevar a feligreses y turistas hasta uno de los santuarios más populares de España. «Todo empezó como un trabajo de verano con 19 años, y al final, me he enamorado de esto», explica. Pascual, que hoy apenas tiene cuarenta años, nunca había conducido ningún tren pero tras ponerse por vez primera a los mandos de este vehículo, supo que había nacido para ello.

«En 2009 yo era fotógrafa y buscaba un trabajo para las vacaciones, así que llamé a Montserrat . Les gusté, me cogieron y me dijeron que entre mis tareas estaría conducir el cremallera, yo aluciné, pero pasé una intensa formación», relata. «Recuerdo mucho mi primer viaje, era la más joven del grupo y en esa época había un poco de machismo, de hecho, algunos pasajeros, los más ancianos, decían que no querían montarse si la maquinista era mujer… un problema porque muchos días todas lo éramos», rememora con humor esta barcelonesa ahora centrada en coordinar el sistema de trenes y telecabinas que comunica Montserrat con el resto del mundo.

Los orígenes del cremallera se remontan al siglo XIX, momento de expansión del ferrocarril en toda Europa y época en la que la nueva burguesía catalana, entonces aferrada a un cristianismo muy practicante, empezó a coquetear con lo que hoy denominamos turismo. En tren. Esa fue la respuesta encontrada por los emprendedores de aquel momento ante la necesidad de conectar la bulliciosa Barcelona con el apacible enclave natural que acoge todavía hoy ‘ La Moreneta ’, virgen patrona de Cataluña. La obra empezó en la segunda mitad del siglo, cuando se construyó un recorrido de vía ancha hasta la localidad de Monistrol, a los pies de la montaña. Desde este punto se abrió además una carretera que iba de la estación hasta el monasterio por un camino recorrido durante todo el día por un servicio de diligencias a caballo que tardaban más de tres horas en subir.

Algunos tramos del tren suben con una enorme pendiente FGC

El aumento constante de visitantes, devotos y peregrinos que convocó el nuevo ferrocarril a la capital catalana hizo que rápidamente se pensara en la necesidad de diseñar un nuevo sistema para subir a la montaña de forma más rápida, masiva y eficiente. Finalmente, Joaquim Carrera, un ingeniero enamorado de los trenes suizos de montaña, convenció al empresario Josep M. González para hacer un cremallera ‘vertical’. El desafío era mayúsculo, pero al alcance de una sociedad fascinada en esa época por los retos técnicos y los saltos de la ingeniería moderna que se exhibían en ferias y eventos mundiales como la Exposición Universal de Barcelona de 1888.

En el año 1881 se creó la compañía Ferrocarriles de Montaña a Grandes Pendientes. Once años después se inauguró el nuevo ingenio, concretamente el 6 de octubre de 1892. En esa fecha, enmedio de un gran júbilo y con la presencia de la plana mayor de la la burguesía y la iglesia catalana en la época, se estrenó el nuevo tren que, según cuentan las crónicas de la época, era «una locomotora que trepaba á las alturas para aumentar la Fe de Barcelona a La Moreneta» (La Vanguardia, 1892). Desde ese momento, se desató una locura montserratina que convirtió el cremallera en el tren más popular de Cataluña. Se sucedían a diario las romerías (hasta 200 cada año) y el lugar, antaño silencioso y vacío poblado solo por una comunidad de monjes benedictinos, se convirtió en un punto de peregrinación masiva a medio camino entre el fervor popular del Rocío andaluz y el sentimentalismo de Covadonga, en Asturias.

La gran revolución que suponía esta infraestructura para su época fue que permitía ir y volver a Montserrat desde Barcelona en un solo día. En poco tiempo, el cremallera se convirtió en un dinamizador económico para toda la zona , el manantial que daba de comer a uno de los primeros pueblos catalanes dedicado casi íntegramente al turismo en una comarca consagrada primero al campo y luego a la industria que se expandía a las orillas del río Llobregat, «el más trabajador», se decía entonces porque alimentaba las colonias textiles a vapor que se levantaban sin parar a sus orillas.

Cierre en 1957

Los años veinte fueron la primera época de esplendor para este ferrocarril, que iba acumulando ampliaciones y récords . Sin embargo, su récord se alcanzó en 1947, cuando transportó a más de 270.000 personas una vez pasada la Guerra Civil, que convirtió el cremallera en un tren ambulancia para subir heridos al hospital militar instalado en el santuario. Sin embargo, la falta de inversiones y una serie de accidentes acabaron haciendo que el servicio cerrara en 1957 y no volviera a prestarse, ya totalmente renovado, en 2003.

« La vuelta del Cremallera fue como el reencuentro con un viejo amigo que nunca tendría que haberse ido . De hecho, al lado de las vías abandonadas siempre había un cartel de ‘servicio suspendido’ que nos hacía mantener la esperanza», explica el monje benedictino Valentí Tenas. No en vano, la comunidad religiosa de Montserrat depende del Cremallera para recibir a peregrinos y turistas y mantener el Santuario como epicentro de la vida espiritual catalana. «La gente que sube a Montserrat espera encontrar la Escolanía (el coro de niños cantores del templo), una liturgia bien celebrada y muchos curas para confesarse», expone Tenas, quien destaca el valor religioso de una montaña que es, además, un paraje natural muy valorado por excursionistas y escaladores.

«Sin el tren este paraje sería un colapso abocado a los controles de acceso y los policías, gracias a él podemos acoger a miles de personas,y mantener el aura de paz que nos caracteriza», añade. Cristina, la maquinista, va más allá y resalta la experiencia que supone subir a la montaña en tren en las mañanas de otoño. «Hay niebla, y es mágico» .

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