Miquel Porta Perales - El oasis catalán
Rosalía
«La inocencia del catalanismo y el nacionalismo catalán ante el sencillo de Rosalía es una manifestación más «del mundo nos mira» soñado y publicitado por el proceso»
El reciente sencillo de Rosalía -que incluye una pieza en lengua catalana y otra en lengua castellana- ha desencadenado una curiosa reacción en el seno del catalanismo y el nacionalismo catalán. No me refiero a la polémica generada por la inclusión del término «cumpleanys» -que para los catalanohablantes suena a español- en detrimento del normativo «aniversari». Hablo de la ola de ingenuidad de quienes consideran que el tema en lengua catalana de Rosalía es una «operación propagandística» que no tiene precio cultural y publicitariamente hablando.
De quienes creen que dicha canción, además de «acercar la lengua a la gente», la «normaliza» e «internacionaliza». Santa inocencia. La canción en catalán de Rosalía acerca dicha lengua a la gente -y normaliza e internacionaliza el catalán- en la misma medida que se normalizarían e internacionalizarían el sueco o el quechua si nuestra cantante grabara un disco en esos idiomas. Una ilusión.
La inocencia del catalanismo y el nacionalismo catalán ante el sencillo de Rosalía es una manifestación más «del mundo nos mira» soñado y publicitado por el proceso. En el caso que nos ocupa, se trata «del mundo nos escucha» y «el mundo valora nuestra lengua propia». También -por añadidura-, «nuestra cultura propia». Otra ficción. Otro engaño. Otro autoengaño. Y el caso es que el mundo sí escucha a Rosalía y valora su trabajo.
Pero, lo hace en unos términos -con unos parámetros- que no cuadran con la ilusión secesionista. Si ustedes echan un vistazo a la prensa internacional, constatarán qué se valora de la cantante catalana: revolución del flamenco (L´Express), flamenco experimental (Stereogum), flamenco star (The Guardian), flamenco de nueva generación (The New York Times), diálogo entre música urbana y ritmos ancestrales (Libération), collage de flamenco, música medieval, efectos electrónicos y ruido de motores (Clarín) o pop de España (Página 12). Todo eso da igual. El catalanismo y el nacionalismo siguen con su obsesión. No tienen remedio.