Miquel Porta Perales - El oasis catalán

La perpetua

«¿Es posible librarse de esta suerte de cadena perpetua política que nos ha llevado al borde del abismo?»

Miquel Porta Perales

Como si de una cadena perpetua se tratara, el nacionalismo -con la excepción de los dos tripartitos de infausta memoria- ha gobernado Cataluña la friolera de 36 años. Y ha llegado al poder, porque ha ganado las elecciones y ha conseguido formar gobierno. Vale decir que ha ganado -ha conseguido más escaños- gracias a una ley electoral que siempre le ha favorecido a pesar de no obtener la mayoría de los votos. La cuestión: ¿es posible librarse de esta suerte de cadena perpetua política que nos ha llevado al borde del abismo? Carles Castro -profesor de Periodismo de Precisión- afirma que sí se puede.

En efecto, a Carles Castro, en Cómo derrotar al independentismo en las urnas, tras un análisis minucioso de los resultados electorales, le salen las cuentas que conducen a la derrota del independentismo. En definitiva, una mayoría no independentista en el Parlament, que abra el paso a un catalanismo pactista e integrador, es posible. Apunten: hay una bolsa de 350.000 votantes que en diciembre de 2017 -referéndum ilegal del 1 de octubre, movilización callejera, políticos presos, fugados de la Justicia, y 155 de la Constitución- apostaron por el secesionismo y que en las elecciones de mayo de 2019 prefirieron quedarse en casa. Si una parte de estos votantes -posiblemente independentistas ocasionales o sobrevenidos o tácticos- decide otorgar su confianza a partidos catalanistas moderados, o a partidos de ámbito estatal, el vuelco es posible.

La «deserción selectiva [a cada provincia le corresponde un número determinado de desertores electorales] de unos 45.000 votantes soberanistas» sería suficiente para «finiquitar una correlación parlamentaria históricamente favorable al nacionalismo». El dato: solo con el cambio del uno por ciento de las papeletas depositadas cambiaría el signo del Parlament. Y Cataluña sería como Canadá: declive y descomposición de un nacionalismo que, por fin, paga la factura de la traumática división social inducida por una aventura carente de sentido. ¡Canadá! ¡Canadá!

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