Miquel Porta Perales - El oasis catalán
¡Qué pena!
En la generosidad mostrada con el político que pacta con ERC también se percibe el sentido del humor de quienes toleran las idas y venidas de un político que está dispuesto a todo a cambio del poder
La Navidad es una fiesta generosa. Por eso, somos dadivosos y magnánimos con el independentismo. Es decir, damos mucho -a cambio de un bofetón- y nos mostramos benévolos y clementes. Compasivos, incluso. Por eso, aceptamos que Pedro Sánchez negocie con una ERC cuyo objetivo es una España empobrecida, disminuida, dividida y desprestigiada. Por eso, aceptamos que Pedro Sánchez compre la abstención a su investidura como presidente a cambio de unas concesiones que nadie sabe, ni sabrá a ciencia cierta, habida cuenta las más que probables cláusulas secretas del pacto PSOE-ERC. Somos generosos, dadivosos, magnánimos, benevolentes, clementes y compasivos, porque aceptamos que Joaquim Torra diga que solo el Parlament puede cesarlo, o que Carles Puigdemont acuse a España de tener secuestrado a Oriol Junqueras, o que Joaquim Torra, Roger Torrent, Meritxell Budó y Carles Puigdemont hablen de la represión del Estado y reclamen -¡ellos!- el cumplimiento de la Ley.
Somos generosos, sin duda. Pero, hay que añadir que al paciente constitucionalismo catalán, que soporta la pesadilla independentista, también le caracteriza el sentido del humor a la manera del Peter Berger que lo entiende -el humor- como un mecanismo de huida de la condición trágica de la existencia. De esa condición trágica a la que ha conducido el sectarismo y la deslealtad que definen el secesionismo. Quizá la generosidad manifestada frente al independentismo sea una manera -sonriente, en última instancia- de sortear la extravagancia, la vanidad, el ridículo, la ignorancia y la fullería de un nacionalismo ramplón. Pedro Sánchez, claro está. Y es que en la generosidad mostrada con el político que pacta con ERC también se percibe el sentido del humor de quienes toleran las idas y venidas -tramoya, intrigas y trapicheos- de un político que está dispuesto a todo a cambio del poder. Está dispuesto, incluso, a firmar, de puño y letra, su propia muerte política. La cosa tiene su gracia. Y también su tragedia. Para todos. ¡Qué pena!