Miquel Porta Perales - El oasis catalán
Frankenstein
«Hoy, doscientos años después del nacimiento de nuestro monstruo particular -Frankenstein-, ya sabemos que la cosa nunca acaba bien. Para nadie»
El monstruo de Frankenstein permite muchas interpretaciones. No se discute el origen y fisiología del personaje inventado por la escritora inglesa Mary Shelley en 1818: un ser creado con fragmentos de diversos cuerpos diseccionados. Lo que sí se discute es el significado del monstruo y su historia. Al respecto, existen diferentes interpretaciones que no resultan incompatibles entre sí.
Por ejemplo: hay quien habla de los problemas que genera una ciencia que va más allá de lo razonable, quien aprovecha la ocasión para reflexionar sobre las consecuencias de la acción, quien advierte del peligro de jugar a ser Dios, quien avisa del riesgo que implica la liberación de las fuerzas desconocidas. Hay, incluso, quien entiende que la existencia del monstruo es una celebración de la diferencia o una manifestación simbólica del pensamiento revolucionario. También hay quien, en esta historia, ve una alegoría sobre la caída del hombre y la pérdida del paraíso.
En cualquier caso, las interpretaciones anteriores tienen un substrato común: el monstruo no nace, se hace; el monstruo y sus ideales devienen una fantasmagoría. Frankenstein -el Prometeo que roba el fuego a los dioses para entregárselo a los hombres: de hecho, el título original de la novela es Frankenstein o el moderno Prometeo- acaba siendo rechazado por su grotesca fealdad y su maldad. Vale decir que la historia de Frankenstein termina mal: después de matar a los seres queridos, después de ser expulsado de la sociedad, muere ahogado en el Ártico.
Y quien también muere en el Ártico es su creador y perseguidor en la novela de Mary Shelley, Víctor Frankenstein. ¿Adónde voy? Tengan cuidado con los monstruos -políticos y no políticos- que, a la manera de un Prometeo moderno renacido, quieren liberarnos. Ya sea a la fuerza o por decreto. Hoy, doscientos años después del nacimiento de nuestro monstruo particular -Frankenstein-, ya sabemos que la cosa -la revolución social o la redención nacional, por ejemplo- nunca acaba bien. Para nadie.