Miquel Porta Perales - El oasis catalán
Cervantes
«Los clásicos tienen la virtud de brindar un modelo de interpretación de la realidad que trasciende su época»
Los clásicos tienen la virtud de brindar un modelo de interpretación de la realidad que trasciende su época. Miguel de Cervantes, por ejemplo. Si ustedes leen las Novelas Ejemplares -en concreto, las clasificadas por la crítica como pertenecientes al segundo grupo: ambientes turbios, realismo, lenguaje cotidiano y humor- notarán un aire de familia con el mundo del «proceso».
Si nos acercamos, por ejemplo, a la obra Rinconete y Cortadillo nos encontramos con un innominado personaje que reivindica -aparece el toque de humor cervantino aderezado con cierta dosis de picaresca- la bondad de quien transgrede la ley. El personaje arguye que así también se puede «servir a Dios y a las buenas gentes», tal y como ha ordenado Monipodio -el jefe de nuestro personaje- a «todos sus ahijados». Finalmente, el diálogo entre Rinconete, Cortadillo y el personaje termina con una pregunta de Cortadillo que duda de que la transgresión de la ley sea «santa y buena». A la que el mozo responde lo siguiente: «¿Qué tiene de malo? ¿No es peor ser hereje, o renegado, o matar a su padre y madre?»
Miguel de Cervantes -decía- trasciende su época. Situémonos en el «proceso». ¿Acaso no hay quien transgrede la ley para «servir a la Nación y a las buenas gentes de Cataluña? ¿Acaso no hay dirigentes que aseguran a «todos sus ahijados» que esa transgresión es «santa y buena»? O sea, democrática y necesaria para la libertad y el bienestar de los catalanes. ¿Qué tiene de malo esa transgresión de la ley?, señalan los dirigentes del «proceso». Y concluyen que peor es ser constitucionalista, mal catalán o traicionar a la Nación. Catalana, por supuesto.
Lo cierto es que hoy como ayer nos movemos en ambientes turbios. Y si Miguel de Cervantes, como señala José García López, «se limita a ofrecernos con regocijado realismo y ágil estilo el pintoresco espectáculo del hampa sevillana»; en sus Novelas Ejemplares podemos refugiarnos en la ironía, una de las pocas filosofías críticas que nos quedan. En Cataluña, sobre todo.