Miquel Porta Perales - EL OASIS CATALÁN

Babilonia

Las superislas están fracasando por falta de público, algunas son una fuente de inseguridad pública, no se dan permisos para hoteles, restaurantes o bares y una parte del comercio de proximidad ha cerrado

Varias personas circulan por el Passeig de Sant Joan, en Barcelona, que los fines de semana es peatonal EFE/Alejajandro Garcia

Miquel Porta Perales

Ada Colau , alcaldesa de Barcelona, con los cruces de calles convertidos en plazas y las calles transformadas en ejes verdes, está convirtiendo el Ensanche en la versión post de los Jardines de Babilonia. Sostiene Colau que hay que pensar o repensar la ciudad del siglo XXI con menos contaminación –lean, menos coches–, con una mejor movilidad peatonal y con más espacio público. Por eso, proyecta las llamadas superislas –lean cruces de calles devenidas plaza–, reduce los carriles de circulación de los coches, instala bancos y mesas en las calles bajo los árboles y, para que nada falte, cubre el asfalto con hierbas y macetas o maceteros. El «urbanismo táctico», dicen. «Un cambio estructural», concluyen.

El objetivo de todo ello: «Extender un modelo que genera más espacio seguro, un entorno más verde y ganar calles y plazas para hacer vida y dinamizar y fortalecer el comercio de proximidad». Lo cierto es que las superislas están fracasando por falta de público, que algunas de esas superislas son una fuente de inseguridad pública, que no se dan permisos para hoteles, restaurantes o bares, que una parte del comercio de proximidad ha cerrado porque los ejes verdes dificultan el acceso de los clientes. Por las superislas y las calles ecológicas –con menos carriles o ningún carril: velocidad máxima, 10 kilómetros por hora– circulan menos coches y ha disminuido la contaminación y el ruido. Pero, el coche –con la contaminación y el ruido a cuestas– se ha trasladado a las calles adyacentes.

En cualquier caso, el Ayuntamiento está satisfecho a tenor de las palabras de Janet Sanz , teniente de alcalde de Urbanismo, Ecología y Movilidad: «Queremos que Barcelona sea una ciudad envidiable donde todo el mundo quiera vivir». Y Colau, encantada de haberse conocido, convencida de la bondad de su proyecto, asegura que «queremos recuperar el espíritu de Cerdà». Y lo dice ella, que se ha cargado los chaflanes de Ildefons Cerdà. Un proyecto que, en su primera fase, solo costará 38 millones de euros.

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