ERC

La política catalana –por mejor decir, la política del independentismo catalán– es un auténtico embrollo. Término que puede substituirse por cualquiera de sus sinónimos: enredo, barullo, monserga, berenjenal, embuste. ¿Qué podría ocurrir a corto o medio plazo? En los últimos días, más allá de la retórica sobre la confrontación y diálogo con el Estado, la cosa gira alrededor de las elecciones y la cuestión de confianza o la moción de censura en el Parlament. Al respecto, ERC toma –parece– la iniciativa.

Probablemente, no ocurrirá nada. Porque, al promotor de la idea –ERC– no le interesa ahora mover ficha. A ERC no le conviene ninguna de las tres alternativas citadas. La razón: prefiere a una persona irrelevante como Joaquim Torra en la presidencia de la Generalitat. Unas elecciones –que para ERC siempre las carga el diablo–, o una cuestión de confianza, o una moción de censura, podría elevar a la presidencia de la Generalitat a algún miembro de JpCat con una cierta garantía política. Del partido a sus dirigentes, ni Pere Aragonès, ni Roger Torrent, están dispuestos a poner en peligro sus cargos, así como su futuro político, por culpa de un avance electoral de resultado incierto. Además, se da la circunstancia de que la participación de ERC en el gobierno de la Generalitat no perjudica ni desgasta al partido. Ni siquiera al Pere Aragonès que se queja de los impagos del Estado y es incapaz de asistir al Consejo de Política Fiscal y Financiera de las Comunidades Autónomas. Más: a ERC, la presencia en el gobierno autonómico le permite disimular –¿quién lo cree?– la hipotética apuesta de los republicanos por la moderación y el acuerdo con el Estado –«traidores», dice el independentismo hiperventilado, o sea, la mayoría– previa renuncia a la unilateralidad. Así las cosas, ERC está por verlas venir. El tiempo dirá. Cosa que no impide que los republicanos prediquen elecciones, un gobierno de unidad independentista o la confrontación y el diálogo con el Estado. Trilerismo y comedia.