La Mercè de las sillas vacías nos debe un baile

Los barceloneses Nueva Vulcano cerraron en la Teixonera una programación musical marcada por un desafortunado sistema de reserva de entradas y algunas restricciones inexplicables

Concierto de Sénior i el Cor Brutal en La Teixonera Víctor Parreño

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Suena ' Disney y resaca padre' en el campo de fútbol de la Teixonera, barrio en el que la Mercè había brillado hasta ahora por su ausencia, y una pareja acuna el carrito de un bebé. Un rato ella, otro rato él. «Qué desmadre, ¿va a haber quien nos salve?», cantan Nueva Vulcano sobre el escenario. De desmadre, sin embargo, más bien poco. Al menos de momento. Solo gente sentada, mascarillas en su sitio. Todo la mar de civilizado. Artur Estrada afila sus cuerdas vocales mientras Wences Aparicio le atiza al bajo como si estuviese partiendo ladrillos con el dorso de la mano. Lo normal, vamos.

Ha llovido en la ciudad y las sillas lucen pequeños charquitos, minúsculas pozas de agua estancada, que si se ven es porque ahí donde alguien tendría que haber encajado sus posaderas no hay nada. Sólo agua. Muy poca lluvia, apenas cuatro gotas, para tanta silla vacía. En realidad, el clima es lo de menos, ya que lo mismo ocurrió el viernes con Los Enemigos. Y con The Crab Apples en el Fòrum. Y, aunque un poco menos, el jueves con Cariño en el Moll de la Fusta.

Otros escenarios de las fiestas de Mercè tuvieron mejor fortuna, pero queda claro que el sistema de reservas de por franjas horarias y no por conciertos ideado por el Ayuntamiento ha sido, cuanto menos, poco afortunado. ¿Cómo explicar que, a pesar de que las entradas estaban agotadas desde hace semanas, grupos como Los Enemigos o Nueva Vulcano acabaron actuando ante centenares de sillas vacías? «Nosotros también hemos venido. Venir es importante», dijo Josele Santiago antes de brincar de 'Septiembre' a su portentosa versión de 'Señora'. Si no fue una indirecta dirigida a quienes habían reservado entrada y no aparecieron por ahí, se le pareció bastante.

En la Teixonera, Nueva Vulcano siguen a lo suyo y, ahora sí, algo hace clic en la pista. Será cosa de 'El eucalipto' o de que cuesta entender que a pocos pasos, en la zona de bar, la gente pueda estar felizmente asardinada y sin mascarilla y en cambio en la pista todo sean restricciones y prohibiciones. Ni fumar ni beber, pero tampoco levantarse. No digamos ya bailar. Así que cuando Artur empieza a cantarle a la amistades megalíticas de 'La pedra oscil.lant' y a fantasear con picnics celebratorios, parte del público se levanta de un brinco y baila. «Hay que celebrar, nuestra granítica amistad», se oye por los altavoces mientras unas treinta personas hacen piña frente al escenario y, brazos en alto, celebra lo que haga falta. Nada que, por otro lado, no se vea día sí día también en cualquier parque del país. «Como mínimo la mascarilla sí, ¿no?», dice de pronto Artur tras frenar en seco el concierto. Y también entonces la gente obedece .O por lo menos un poco.

El viernes, mientras Los Enemigos repartían bálsamo de la eterna juventud a chorro con 'Siete mil canciones', el público aguantó atornillado al asiento como buenamente pudo, pero esto es otra cosa. Porque suena 'Te debo un baile' y, en efecto, la sensación general es de que la Mercè, Barcelona, quien sea, les debe un baile. Y una explicación. Bienvenidas sean las medidas de seguridad para acabar con la pandemia, sí, pero, ¿cómo puede ser que el país con mayor tasa de vacunación sea el que mantiene más restricciones a la música en directo? ¿Qué sentido tiene cercar y perimetrar zonas de público si cualquier amago de restricción desaparece al acercarse a las barras? Demasiadas explicaciones. Y demasiados bailes pendientes.

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