Pablo Nuevo - Tribuna Abierta

Una mejor política para frenar a Podemos

Se han dado las condiciones para que la conveniente explotación mediática de la incapacidad de la clase política para asumir sacrificios en primera persona haya convencido a mucha gente

Este fin de semana se han publicado varias encuestas que no sólo apuntan a que Podemos puede superar al PSOE en votos y escaños, sino que está a poco más de tres puntos de ganar las elecciones. De confirmarse estas previsiones el 26J la situación política sería altamente preocupante.

Ante la posibilidad de que un partido populista y de extrema izquierda pase a ocupar un espacio central en la política española es preciso analizar cómo ha podido surgir una formación como esa, de modo que es completamente pertinente la preguna sobre quién ha creado a Podemos.

Una primera respuesta apuntaría a determinadas cadenas de televisión, que han confundido el deber de informar con poner un foco sobre las peores prácticas de la política, pero haciéndolo de una manera claramente selectiva: cualquier anuncio de posible imputación a un político de la casta cubre horas y horas de información, silenciando en cambio los múltiples sobreseimientos que están teniendo lugar en relación con esas personas; y por el contrario dando escasa cobertura no ya a la presunta corrupción de los populistas, sino pasando por alto los múltiples errores de gestión de los representantes de la nueva polítca.

Ahora bien, es evidente que no se puede explicar el fenómeno de Podemos únicamente por la influencia de la televisión. En este sentido, los líderes de Podemos han sabido explotar, desde los platós de televisión, la rabia y resentimiento de muchos españoles que han visto cómo no sólo perdían el trabajo y el nivel de bienestar alcanzado, sino que han experimentado cómo la crisis les ha arrebatado algo más importante: las expectativas de mejorar, de dejar a sus hijos una sociedad más próspera que la que recibieron. Si tenemos en cuenta que nuestras élites políticas no han sabido conectar con la sociedad y trazar un relato creíble de la crisis, se han dado las condiciones para que la conveniente explotación mediática de la incapacidad de la clase política para asumir sacrificios en primera persona haya convencido a mucha gente de que basta un cambio de sistema para solucionar todos los problemas que afronta España.

La explotación del resentimiento ha venido acompañada de una propuesta a recuperar la ilusión por la cosa pública. Es verdad que en muchas ocasiones esta ilusión es un tanto pueril, y no puede dejar de llamar la atención cómo la mera apelación al cambio o a lo nuevo se presenta como un conjuro capaz de resolver cualquier problema, si bien no es sino la consecuencia lógica de un proceso de fomento de la irresponsabilidad personal como el que propicia el Estado providencia: tanto han dicho nuestros políticos que les corresponde solucionar todos nuestros problemas (desde la cuna a la tumba), que una sociedad infantilizada por el gratis total es normal que se aferre a quienes le ofrecen hacerse cargo de sus vidas si a cambio renuncia a su libertad.

Dicho esto, en honor a la verdad hay que reconocer que el populismo ha sido capaz de generar ilusión no sólo prometiendo todo a cambio de nada, sino también apelando al impulso de muchas personas de dedicar parte de su actividad en la vida a mejorar la sociedad. Así, corresponde a estas fuerzas políticas el mérito de haber rehabilitado -siquiera sea nominalmente- conceptos como patriotismo o bien común.

Por tanto, si no queremos acabar como Venezuela, es insuficiente la crítica a Podemos. Siendo cierto que son un experimento financiado desde el exterior para desestabilizar España, o que responde a la irresponsabilidad de muchos periodistas (y quién sabe si a algún otro propósito), para desactivar el populismo es preciso un cambio profundo de los partidos constitucionalistas: apertura a la sociedad, asunción de sacrificios antes de exigírselos a los ciudadanos, propuesta de un proyecto de país que no tenga miedo de valores «fuertes», como la patria o el bien común.

No creo que casi un tercio de los españoles deseen ver nuestro país convertido en Venezuela; pero creo que están manifestando a gritos que si los partidos no cambian los darán por irreformables, y entonces considerarán cualquier cosa preferible al deterioro continuo que padecemos.

Y es que sólo un cambio profundo en la forma de hacer política servirá para frenar el populismo. Esperemos, por el bien de España, que la clase política sepa estar a la altura.

Pablo Nuevo es profesor de Derecho constitucional, Universidad Abat Oliba CEU

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