Pablo Nuevo - Tribuna abierta

El mejor alcalde, el Rey

Los retos que tiene planteados nuestra sociedad exigen políticos con altura de miras, que pongan el servicio a España como prioridad

Tras la constitución de las Cortes la semana pasada, las fuerzas políticas deben continuar con sus conversaciones para tratar de alcanzar pactos entre ellas, con objeto de hacer posible la investidura y articulación de un Gobierno que afronte los retos que tiene nuestra sociedad. Como creo que aún no están prohibidas en aplicación de la memoria histórica selectiva sugiero que los líderes políticos acudan, como fuente de inspiración, a las comedias políticas de los autores de nuestro siglo de oro.

En efecto, todas estas obras (El mejor alcalde el Rey, Fuenteovejuna, El alcalde de Zalamea…) responden a un mismo patrón argumental: abusando de su condición de privilegio que le hace creerse intocable, un poderoso -generalmente un noble- deshonra a un plebeyo honrado, generalmente ultrajando a su hija, motivando que el pueblo se tome la justicia por su mano, restituyéndose el orden cuando aparece el Rey para confirmar que el poder es servicio y que a todos los súbditos se les debe respeto en su honra y patrimonio. De modo que el control que no pudo efectuar la instancia local -que sucumbe a las presiones del poderoso- es realizado por el poder central, que precisamente por estar alejado del señor local está en condiciones de imponer el cumplimiento de la ley.

En aras de la brevedad veamos un par de enseñanzas políticas que se pueden extraer de nuestros clásicos.

La primera tiene que ver con la necesidad de que el poder sirva a la justicia. En este sentido se puede resaltar que si bien la aritmética parlamentaria hace posibles múltiples combinaciones para formar gobierno, algunas de ellas únicamente suman si se incorporan al pacto quienes impugnan la concordia colectiva y pretenden reabrir las dos Españas y quienes quieren romper España. Tanto quien se ve tentado de alcanzar el poder pactando con quienes quieren destruir la España constitucional como quien no esté dispuesto a sacrificar legítimas ambiciones por el interés general deberían recordar algo que la literatura española del siglo de oro enseñaba continuamente: el poder se justifica por su servicio a la justicia, y la honra está en las acciones virtuosas más que en el oropel de los cargos.

La segunda enseñanza a extraer es la importancia del poder político central para poner coto a los desmanes de los caciques locales. Ahora que tanto se habla de resolver la cuestión catalana por medio de la negociación, debería recordarse que las instituciones autonómicas no han destapado ningún caso de corrupción de la Generalidad. Y es que además de nuestros clásicos la teoría constitucional comparada aconseja que haya una distancia suficiente entre las instituciones de control del poder político y los órganos políticos objeto de control. De modo que mal servicio se haría si nuevas cesiones competenciales condujeran a una situación en la que el Estado no pudiera intervenir en Cataluña en garantía de los derechos de todos.

Los retos que tiene planteados nuestra sociedad exigen políticos con altura de miras, que pongan el servicio a España como prioridad. Con sus gestos de la semana pasada, Don Felipe ha marcado el camino. Y es que, frente a la mediocridad de nuestra clase política, quizá la frase de Lope sea algo más que el título de una comedia, y resulte que nuestro mejor político sea el Rey.

Pablo Nuevo es abogado y profesor de Derecho Constitucional.

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