Oti Rodríguez Marchante - Barcelona al día

La marmota y Sánchez anuncian la primavera

En este día de la marmota que se repite en España no falta, claro, su Bill Murray, que es el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que no parece tener muy claro si es hoy o ayer

Aquí no tenemos la costumbre de ese raro pueblo de Pensilvania llamado Punxsutawney, que saca una marmota de un cajón para ver si llega o no la primavera. Aquí, en vez de una marmota llamada Phil tenemos a un político llamado Sánchez, que también nos anuncia la primavera inminente sin ni siquiera haber pasado antes por el invierno: con Sánchez llega el buen tiempo, y ya lloverá más adelante. A la marmota Phil la sujeta para que «hable» un señor disfrazado de Winston Churchill, pero, ¿quién nos sujeta a Pedro Sánchez para que diga esas cosas que dice?..., desde luego señores disfrazados de Winston Churchill no le van a faltar, pues se adivina en el concursante a presidente del Gobierno esa actitud tan de recién despertado que tiene la marmota Phil… ese cogedme el que queráis, levantadme para que todos me vean y luego devolvedme al cajón…

Y en este día de la marmota que se repite en España no falta, claro, su Bill Murray, que es el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, que no parece tener muy claro si es hoy o ayer: «Que España tome ejemplo de Cataluña, que allí no saben gestionar la complejidad de la política y aquí sí», una línea de diálogo que no hubiera mejorado Bill Murray mientras cometía los mismos errores que cometería al día siguiente. Hasta una marmota, que tiene más capacidad de ver el futuro que de ver el pasado, se acordaría de la situación del señor Puigdemont unas cuantas horas antes de ser president, más de cien días después de estar paseando la marmota. Y cualquiera de los que ya se están probando el disfraz de Churchill, a ver si caben en él, podría decirle alguna de sus frases, como por ejemplo, «a menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada». Bien es cierto que la política española es un esperpento, pero no por ello deja de ser la catalana un vodevil, lo cual, francamente, no podría llegar a considerarse como un hecho diferencial. Y en cuanto a los pormenores del proceso («corregir en los despachos lo que dicen las urnas»), tampoco anima a tomarlo como ejemplo.

Ni resulta muy ejemplar que la multinacional danesa Nilfisk admita que se traslada de Barcelona a Madrid justo por lo bien que aquí gestionan la complejidad de la política.

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