Sánchez plagia a Rufián

La inflación retórica de Pedro Sánchez ha devaluado su palabra. Ya nadie le cree. El abuso de la hipérbole ha calcinado su credibilidad, por lo que el socialista ha pasado a una nueva fase léxica. Ahora toca el insulto a diestro y siniestro, sobre todo a diestro. La semana pasada tildaba de «mangantes» a los diputados del principal partido de la oposición y se mofaba de los resultados electorales de Edmundo Bal. Este miércoles fue el turno de los agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil. Les llamó «piolines».

Sánchez ha adoptado la jerga de sus socios para referirse a los servidores del Estado. Cual presentador de TV3, el presidente del Gobierno mostró un desprecio absoluto por los defensores de nuestro marco de convivencia. Ya nada sorprende de un PSOE que definió a Arnaldo Otegui como un «hombre de paz», pero la empatía con el separatismo más radical se les está yendo de las manos. Llegará el día en que Gabriel Rufián exija a Sánchez que se modere o que, al menos, le pague derechos de autor.

En política las palabras no son inocentes, ya que modifican valores. El desprecio mostrado por el jefe del Ejecutivo a todas las instituciones revela un proyecto poco democrático para perpetuarse en el poder. Sánchez no solo plagia las formas de los separatismos, también sus estrategias. Pretende embarrar al máximo el debate público y evitar la rendición de cuentas. Y busca la polarización para legitimar, ante los suyos, cualquier atropello democrático.

Sin embargo, el tiro puede salirle por la culata. Le sucedió en las elecciones madrileñas y puede sucederle en las andaluzas e, incluso, en las generales, porque, igual que la mayoría de los catalanes hemos acabado hartos del 'procés', la mayoría de los españoles rechazará ese guerracivilismo inducido desde la Moncloa.