Juan Milián - Tribuna Abierta
La marcha contra la ciudad
El nacionalismo quiere convertir las sociedades en algo que no son. Quieren forzarlas a parecerse a una idea de un pasado que nunca existió
El nacionalismo cabe en nuestra Constitución. No somos una democracia militante. Sin embargo, no debería ser una ideología respetable. No todas las ideas merecen la misma consideración. Esa patraña del relativismo es un auténtico peligro público. El racismo no se puede tolerar y las ideas de Torra, por lo tanto, deben ser también combatidas con inteligencia y con toda la firmeza democrática. Cataluña es una de las regiones más prósperas de Europa y su actual regreso al pasado es solo atribuible a la irracionalidad provocada por la inhalación del humo tóxico nacionalista. En este caso, la estética no miente: simbología partidista inundando el espacio público, paseos nocturnos con antorchas, himnos con el puño en alto y marchas sobre la ciudad.
O, mejor dicho, marchas contra la ciudad, porque esta es la cuestión. La cuestión catalana es un conflicto entre catalanes y es, sobre todo, un conflicto entre el nacionalismo y la libertad, siendo la ciudad uno de los mayores símbolos de esta. La ciudad es vanguardia y modernidad, y también es pluralismo y encuentro de ideas y experiencias. Es, por lo tanto, creatividad. El nacionalismo, sin embargo, pretende todo lo contrario. Quiere una sociedad cerrada y una cultura bien definida, con límites claros y fácil de controlar. Y “una cultura que deja de transformarse es una cultura muerta”, asevera François Jullien. El nacionalismo es, pues, la muerte del pensamiento y de la cultura. Es ombliguismo hasta la asfixia y, por eso, odia la ciudad. Por eso, marcha contra ella.
El nacionalismo quiere convertir las sociedades en algo que no son. Quieren forzarlas a parecerse a una idea de un pasado que nunca existió. La uniformidad es su bien mayor y, aunque deba quemarlo todo, no parará hasta conseguirla. Las cenizas son uniformes. Ahora, tras cuatro décadas de violencia lingüística y psicológica, el nacionalismo, algo desquiciado por sus fracasos, anima, justifica o banaliza la violencia física. Están destrozando nuestras ciudades y nos vemos obligados a defenderlas; pero, en democracia, los ciudadanos no tenemos el deber de ser héroes. No deberíamos jugarnos el pellejo defendiendo el Estado de Derecho y, por lo tanto, la libertad. Pagamos nuestros impuestos y debemos exigir a nuestros gobiernos que cumplan con sus obligaciones. ¿A qué esperas, Sánchez?