José María Asencio - TRIBUNA ABIERTA
¡A prisión! Lo dice la máquina
«Los jueces robots y las sentencias automáticas, como las han llamado, contribuyen a satisfacer las dos únicas obsesiones del legislador en materia de justicia: la eficacia y la eficiencia»
Ya es un hecho. Los jueces, dentro de poco, serán sustituidos por máquinas . Si usted quiere divorciarse o desea demandar a su empresa por despido, ya no hará falta que exponga su caso ante un tribunal. Sólo tendrá que ir al juzgado y presentar un escrito. Luego, un amable funcionario introducirá sus datos en el sistema informático y, al cabo de unos pocos segundos… voilà! Estará usted divorciado o recibirá (o no) su indemnización. Todo por arte de magia.
No importa que usted se llame Juan o Rocío. A los virtuales ojos de la inteligencia artificial usted no tendrá nombre. Será un número, un caso más para engordar la estadística de resoluciones «dictadas». Si piensa que su asunto es especial, incluso si piensa que usted es especial, es que es un iluso. Pero no se preocupe, pronto aprenderá que la identidad, la humanidad, y todo lo que ésta conlleva, es una cosa del pasado. Y claro, usted es un sujeto del futuro. Ha de estar contento y sonreír. Y cuando la impresora expulse su sentencia, dar gracias al teclado, a la pantalla y al sistema que la ha hecho posible.
Ahora bien, tenga usted cuidado porque no todo son alegrías. No se porte mal. Ni se le ocurra. Si lo hace y resulta investigado por algún delito de los que permitan al Fiscal solicitar su ingreso en prisión provisional, será irrelevante que tenga o no un buen abogado. Si el sistema, con base en todos los datos que dispone de usted, dice que, en su caso, hay riesgo de fuga , ya puede ir preparándose para compartir celda. Se trata de una decisión objetiva, dictada con arreglo a datos indiscutibles, parámetros como la edad del investigado, sus vínculos en el país o sus antecedentes. Nada más importará. Ni el carácter de la persona, ni su forma de reaccionar ante el delito o el proceso, ni su posible arrepentimiento. Nada que no pueda medirse con arreglo a los perfectos algoritmos programados en el sistema. Así pues, si la máquina enciende su luz roja, ¡a prisión!
Los juristas clásicos defendieron que en el proceso debían regir una serie de principios que, le pese a quien le pese, son el fundamento de la justicia en un Estado democrático . Me refiero a los principios de inmediación, contradicción o publicidad. Sin embargo, a pesar de que hasta ahora han funcionado y han contribuido a crear una justicia más garantista, hay quien dice que están anticuados y, en consecuencia, deben ser reinterpretados. Esto es lo que defienden los visionarios actuales que, de igual modo, consideran que debe desecharse todo aquello que huela a clásico. Los textos de Séneca, Gayo o Papiniano rezuman olor a naftalina y esto resulta desagradable. El pasado, nuestro pasado, la cultura y los principios clásicos son para aquellos raritos que todavía creen en la lectura y conceden importancia a los orígenes.
En cualquier caso, que más da. Los jueces robots y las sentencias automáticas, como las han llamado, contribuyen a satisfacer las dos únicas obsesiones del legislador en materia de justicia: la eficacia y la eficiencia . No la calidad ni el contenido. Esto a nadie le interesa. Lo que realmente cuenta es que, a fin de año, los jueces hayan firmado muchas sentencias. Y si se repiten, si están formadas por decenas de folios con información estéril que ni siquiera se refiere al caso concreto o si la resolución de éste se reduce a uno o dos párrafos, qué le vamos a hacer.
El perjudicado de todo esto es, por supuesto, el justiciable, quien acude a los tribunales con un problema real, no estadístico, el cual requiere una solución real, no estadística . Pero también los jueces que, por falta de medios, por sobrecarga de trabajo, se ven obligados a reducir de manera considerable el tiempo de estudio que cada asunto requiere.
Esto se soluciona con inversión, con dinero, mejorando las instalaciones de juzgados y tribunales, dotándoles de medios materiales, aumentando la plantilla de funcionarios de justicia, gestores, tramitadores y auxilios judiciales, convocando más oposiciones. Los problemas de los que adolece la administración de justicia se solucionan contratando más personal, no reduciéndolo y atribuyendo competencias a máquinas y robots .
Además, y esto es lo más peligroso, las sentencias automáticas y la inteligencia artificial implican la deshumanización de la justicia . El último ámbito que una sociedad sensata desearía deshumanizar.
Los problemas de los ciudadanos deben resolverlos, con arreglo a la ley, otros ciudadanos, otros seres humanos, unos jueces de carne y hueso que sean capaces no sólo de aplicar el Derecho, sino también de comprender la naturaleza humana . Las máquinas, por muchos datos que almacenen, muchísimos más que el cerebro del hombre, no pueden hacerlo. No entienden de sentimientos humanos ni de empatía. Y el Derecho no se parece en nada a las matemáticas ni las personas a los números.
Digamos que no, pues, a la justicia automatizada , a la justicia deshumanizada. Y defendamos al ser humano con sus luces y sus sombras.
José María Asencio. Juez y escritor.