José María Asencio - TRIBUNA ABIERTA
El esquizofrénico 'nou model policial' de Cataluña
«Cuando en una manifestación claramente violenta en la que los participantes intenten agredir a la policía con palos y piedras, los agentes no han de utilizar escudos, cascos y porras para disuadirles y mantener el orden público, sino que se han de acercar a ellos e indicarles que no está bien quemar contenedores y asaltar comercios»
Escribo estas líneas no ya desde la decepción que, de un tiempo a esta parte, me causa la desconexión de determinados políticos con la realidad cotidiana en la que vivimos los ciudadanos de a pie, sino desde un sentimiento cada vez más acentuado de preocupación y desasosiego por el tratamiento legislativo que, por algunos, pretende darse a las instituciones esenciales para el correcto funcionamiento de la sociedad y el mantenimiento de la paz pública.
La sanidad, la educación y la justicia cuentan cada día con menos medios personales y materiales. Una insuficiencia objetiva que trata de encubrirse con poéticos eslóganes que no son más que ornamentos estériles de constatada vacuidad. Muchos de ellos cuelgan orgullosos de las fachadas de ciertos edificios públicos, aunque bien podrían, pues nada cambiaría, colgarse del revés.
En el marco de esta situación, el nuevo objetivo ha sido la policía y, en concreto, el Cuerpo de Mossos d'Esquadra , cuya organización, dicen algunos, debe someterse a una profunda revisión para convertirse, como si no lo fuera ya, en una policía moderna propia de un Estado democrático.
El modelo policial actual, rudo y represivo, no responde a estos principios. Y precisamente por ello ha de cambiarse. Así lo manifestó un grupo político en el debate que tuvo lugar en el Parlament de Cataluña . «El modelo policial -dijeron- se ha de basar en la mediación, tanto en el orden público, como en la policía de proximidad, y en la gestión de la diversidad».
Es decir, según ellos, cuando en una manifestación claramente violenta en la que los participantes intenten agredir a la policía con palos y piedras, los agentes no han de utilizar escudos, cascos y porras para disuadirles y mantener el orden público , sino que se han de acercar a ellos y, con cariño y comprensión, con una voz suave, casi familiar, indicarles que no está bien quemar contenedores y asaltar comercios, que eso no se hace y que, por favor, se vayan a casa a descansar. Y si, además, pueden regalarles unas flores, amarillas o de cualquier otro color con profundo significado democrático, aún mejor. Seguro que así tomarían conciencia y todos juntos, manifestantes y policías, apagarían los fuegos y luego, en un gigantesco abrazo colectivo, se pedirían perdón mutuamente por las afrentas sufridas en el pasado.
Lo mismo habría que hacer en el caso de que algún travieso jovencito tratase de agredir, en cualquiera de los despreciables modos en que puede manifestarse este verbo, a una persona, hombre o mujer, que caminase tranquilamente por la calle. No habría que detenerle, no, sino razonar con él y, además, compadecerle porque, en realidad, él no golpea, agrede y roba porque desee hacerlo, porque le sea indiferente el sufrimiento del prójimo, sino porque la sociedad desigualitaria en la que vivimos le ha hecho así. O como señaló otro grupo político, «en unos Estados y en unas situaciones en las que cada vez hay más desigualdad social, la vía policial, la vía del modelo policial y la vía intervencionista del modelo policial no sólo no soluciona estos problemas de desigualdades, sino que, por el contrario, los agrava».
Pero agárrense porque aún hay más: «para hablar de modelo policial y de sistema integral de policía hace falta también hablar de intersección con otras políticas, con elementos de igualdad y feminismos y con elementos de derechos sociales».
¿Qué significa esto? Sinceramente, no lo sé. Me rebano los sesos y no logro entenderlo, ya que cualquier posición que pretenda, aunque sea veladamente, privar a la policía de sus funciones de policía me resulta ilógica y, por tanto, incomprensible. Sería tanto como privar a un diputado de su capacidad de votar o a un profesor de la posibilidad de enseñar. Seguiría siendo diputado o profesor, pero sólo en apariencia, sobre el papel; no en la realidad porque no podría ejercer como tal.
La función principal de la policía es, siempre respetando la Constitución y las leyes, proteger al ciudadano y mantener la paz pública. Y esto es precisamente lo que hacen ahora con vocación y esfuerzo, a pesar de los defectos de que ciertas leyes adolecen, como las relativas a la ocupación de inmuebles.
Así pues, si se priva a la policía de su cometido esencial, primero, se dejarán desprotegidos a los miles de hombres y mujeres que integran sus filas y, segundo, consecuencia de lo anterior, todos nosotros, los ciudadanos, quedaremos a merced de quienes, con violencia, desean instaurar el terror en las calles.
Queridos lectores, con la seguridad de nuestros hijos no se juega.