José María Asencio

Calderó del Vaixell

Mientras en las universidades de nuestro país los docentes universitarios trabajan arduo durante años para obtener una plaza, hay otros sujetos que, a través de sus ensoñaciones propias de un genio de la comedia, se ríen de nuestra cultura y de nuestra Historia

Cristóbal Colón ABC

José María Asencio

Una tormenta se cierne sobre el Parnaso . Sus habitantes, los poetas, corren raudos a resguardarse de la lluvia. Unos en sus mansiones, otros en sus cabañas y los restantes, pocos, pero ruidosos, en las tabernas, junto a sus musas. Allí están todos, los clásicos, los humanistas y los malditos. Porque todos ellos, diferentes en su obra, están unidos por un hilo invisible, aquel con el que se ha tejido la Historia : el hilo de la creación.

Adornado o no, un techo no es más que un techo, un mero objeto con una sola finalidad: servir de refugio a quien lo necesita. Y entre los poetas, el conflicto rara vez se centra en lo material. Lo realmente importante, dicen ellos, transciende de lo físico y se adentra de lleno en el terreno de lo etéreo, de lo intangible.

Resulta tan hermoso observarles. Contemplar desde la lejanía como tiñen de tinta su libreta sucia y en cuadrícula. Fijar la mirada en los pergaminos amontonados que van creciendo conforme arriban los invitados.

El Parnaso es suyo, de todos. Todos son iguales. Y a nadie le importa que unos sean blancos y otros negros. O que unos hayan nacido acá y otros allá. Sólo los ignorantes exaltan estas diferencias, estas creaciones humanas . Allí, en cambio, no hay cabida para la estulticia. La única batalla que se libra es intelectual. Y en muchas ocasiones es contra uno mismo.

Pero incluso la armonía tiene sus detractores, aquellos que desean sembrar la discordia con burdas e iletradas mentiras, con transfiguraciones de la Historia. Y no son muchos, es cierto, aunque son ruidosos y subvencionados y leales servidores de una causa que, aunque legítima, cuando se lleva a sus últimas consecuencias, sin importar quien caiga, vivos o muertos, se convierte en una pésima obra teatral.

¿El escenario? Cataluña y el mundo. ¿La compañía? El llamado Institut de Nova Història , cuyos orwellianos actores dedican sus días y sus noches a rebuscar en ajados pergaminos para tratar de encontrar a todos los célebres catalanes perdidos en la noche de los tiempos.

Uno de ellos es el célebre dramaturgo Calderón de la Barca. Si bien las crónicas oficiales afirman que nació en Madrid en el año 1600, en verdad no fue así. Don Pedro era realmente el Senyor Felip Ramon Calders, noble catalán y gobernador de Cataluña durante la Guerra de los Segadores , a quien los amigos llamaban Calderó del Vaixell, por su gran afición a la náutica. Y su obra más célebre, La vida es sueño, no es sino una recopilación de los textos poéticos de otro catalán ilustre, Vicenç García, Rector de Vallfogona y conocido autor de poemas eróticos.

Por supuesto, el Estado español, a través de su secreto Ministerio del Tiempo, ha escondido esta información con la finalidad de agraviar al pueblo catalán, al cual también pertenecían otros personajes ilustres que los pre-fascistas españoles del Siglo de Oro hicieron injustamente suyos. Es el caso de Miguel de Cervantes o, mejor dicho, Miquel Sirvent, catalán nacido en Jijona, provincia de Alicante, como los turrones, que, además, era al mismo tiempo William Shakespeare, pues es evidente que las obras atribuidas a uno y a otro gozan del mismo estilo literario y, aunque los oficialistas quieran ocultarlo, todas fueron escritas con el mismo boli Bic. El verdadero nombre de Don Quijote era Senyor Quixot y la historia que subyace a la tragedia de Romeu i Julieta se remonta a una tierna y dulce historia de amor entre los hijos de dos familias enfrentadas, una de Alcoi y otra de Cocentaina, por el robo de unas gallinas.

Leonardo da Vinci era catalán, de Vic para ser más exactos, de ahí las similitudes de su apellido con el nombre de esta ciudad. Colón posó la senyera cuando arribó a La Española. Y no la bautizó así, sino que la llamó La Catalana. De ahí que, en cualquier bar de Barcelona, si pides una catalana, te traen un plato de pan con tomate, porque el tomate viene de las Indias y lo trajo a Cataluña Cristòfor Colom.

Por supuesto, la lista es enorme, demasiado larga para resumirla aquí. Aunque es obligado mencionar a otra persona, alemán de nacimiento y catalán de corazón. Me refiero a Beethoven, cuya abuela era oriunda de la comarca del Maresme, y causó tal impacto en el pequeño Ludwig Van que, posteriormente, cuando se hizo mayor, plasmó en su obra tanto la tristeza por la lejanía de su patria chica, Sant Andreu de Llavaneres , como la heroicidad del pueblo de Flandes por haberse levantado contra la dominación española.

Queridos lectores, todo esto puede parecer un chiste, pero desgraciadamente no lo es. Mientras en las universidades de nuestro país los docentes universitarios trabajan arduo durante años para obtener una plaza, hay otros sujetos que, a través de sus ensoñaciones propias de un genio de la comedia, se ríen de nuestra cultura y de nuestra Historia , la de todos, mientras permanecen postrados, genuflexos, ante el efímero poder de unos pocos irresponsables.

El arte es, al mismo tiempo, de todos y de nadie. Y pretender apropiarse de los artistas difuntos y de su obra es, además de una aberración moral, una puñalada al concepto mismo de arte, libre por naturaleza y desconocedor de fronteras y de otras diferencias artificiales creadas por viles seres humanos bajo la apariencia de nobles ideales que, en realidad, no son tales, sino que tan sólo buscan la exclusión del prójimo.

José María Asencio. Juez y escritor.

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