Jordi Solé Tuyá - TRIBUNA ABIERTA

La esclavitud del siglo XXI

Bajo la premisa de poder ofrecer a los consumidores unos productos de mayor calidad y unos precios más económicos, se ha permitido una elevada concentración en muchos sectores mediante fusiones que han mermado la sana y necesaria competencia entre operadores

sHombre observando el contador de la luz Roldán Serrano

A medida que pasan los años, datos objetivos ponen de manifiesto crecientes desigualdades económicas que se van instaurando en las sociedades de los países del primer mundo. Cada vez más, descubrimos grandes corporaciones que no solo controlan una industria, sino que llegan a monitorizar las vidas de los ciudadanos, consiguiendo un elevado grado de control e influencia.

Bajo la premisa de poder ofrecer a los consumidores unos productos de mayor calidad y unos precios más económicos, se ha permitido una elevada concentración en muchos sectores mediante fusiones que han mermado la sana y necesaria competencia entre operadores y que solo han provocado un encarecimiento de los precios al consumidor final para incrementar su beneficio. Ello redunda en un encarecimiento paulatino de productos y servicios básicos, de los que cuesta mucho escapar a las clases medias-bajas. Nos referimos a los suministros eléctricos, energéticos, bienes de primera necesidad, servicios de movilidad, etc.

A este fenómeno, que va mermando la renta disponible de los ciudadanos, en los próximos años se va a añadir el incremento de impuestos de todo tipo que van a ser necesarios para sufragar la factura de la pandemia del Covid-19.

Con todo ello, se está produciendo una captura de la riqueza de las clases medias-bajas que va hacía las potentes grandes corporaciones. Los sistemas empleados para esta captura de rentas se van sofisticando, adaptándose a los nuevos tiempos, de forma que sean prácticamente, imperceptibles. Ello se consigue, entre otros, mediante la puesta en marcha de mecanismos que, bajo el paraguas de lo que llaman «economía colaborativa», permiten a los ciudadanos seguir situados en una aparente normalidad y confort, en la que continúan disfrutando de determinados servicios y productos bajo el régimen de alquiler, cuando antes los disfrutaban en régimen de propiedad.

En este sentido, estamos pasando de poseer en propiedad determinados bienes a solo poderlos alquilar. Esto sucede con la vivienda habitual, la segunda residencia, el coche familiar, el ordenador personal, el patinete, la lavadora, la televisión, el teléfono… En breve, nos daremos cuenta cómo un elevado porcentaje del parque de viviendas han ido pasando a propiedad de fondos para que las personas vivan allí en régimen de alquiler.

Con este tránsito de la propiedad al alquiler la sociedad está perdiendo un colchón de riqueza que le otorgaba un cierto margen y seguridad económica que le permitía afrontar imprevistos. Y, por tanto, la sociedad está perdiendo libertad.

Vivimos con el confort que nos da el acceso a algunos pequeños ‘lujos’ (Netflix, escapadas de fin de semana que nos apresuramos a publicar en Instagram, una cenita en un buen restaurante…) que nos hacen creer que somos libres. Pero, no lo somos. El margen de libertad se nos está acotando a marchas forzadas.

Nos vemos abocados a vivir ‘al día’, sin capacidad de ahorrar, con el sueldo comprometido íntegramente a atender cuestiones básicas, presionados y a merced de si nuestros grandes ‘proveedores’ de servicios deciden subirnos los precios. Esta pérdida de libertad nos impedirá tomar decisiones trascendentes: cambio en la orientación de la carrera profesional, cambio de residencia, independizarnos de los padres, etc. Cabe reflexionar si ello justifica todo el esfuerzo y dedicación que asumimos día a día en nuestros trabajos.

Jordi Solé Tuyá es director ejecutivo de Kreedit

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