De Ítaca a Madrit

Artur Mas i Gavarró, aquel gallardo almirante, el terror de los siete mares, el mismo que nos iba a llevar a Ítaca en un crucero con todos los gastos pagados, parece que suena ahora como candidato a lanzar barquitos de papel en el estanque del Retiro. El altivo Garibaldi que se iba a comer el mundo hace apenas un cuarto de hora, acabará, si Junqueras lo permite, comiendo bocadillos de calamares en la Carrera de San Jerónimo. Algo triste el final de ese viaje suyo a ninguna parte, sí, aunque menos da una piedra. Iba a codearse en el altar de la Historia con los grandes hacedores de naciones que en el mundo han sido, pero, tras la llegada del tío Paco con las rebajas, el asunto podría quedar en un mano a mano con el tribuno Rufián por ver quién la suelta más gorda en la tribuna de las Cortes. Tanto ruido, tanta furia, tantas alforjas de diseño, tanto maquiavelismo de pan untado en aceite, tanto mentón desafiante… para esto.

Y eso que todo era muy sencillo, sencillísimo. Se trataba de transversalizar. Romper el eje izquierda-derecha constituyó el gran propósito estratégico de esa luminaria reconvertida a estas horas en jarrón chino con parada y fonda en Madrid. No se le ocurrió pensar que, más pronto que tarde, eso lo empujaba, a él y a su partido, a caer en brazos de ERC y sus apéndices. Hombre por lo demás dotado de inteligencia y formación técnica apreciables, bastante por encima de la media que se estila en la plaza, Mas era eso que aquí se aprecia siempre tanto: un pillo. Manejaba con envidiable pericia el regate corto, el ardid ingenioso, el mercadeo de naipes por debajo de la mesa, las triquiñuelas que se suelen tomar tantas veces por indicios de clarividencia solo al alcance de los grande hombres de estado. Pero CDC, la difunta insepulta, contaba con 62 diputados cuando comenzó esta broma tan suya. Hoy apenas frisa la treintena. ¡Cráneo privilegiado!