Ignacio Martín Blanco - Tribuna Abierta
La independencia de Valladolid
Defender un referéndum que echa por tierra la unidad del pueblo español y presentarse al mismo tiempo como la mejor garantía de la unidad de España resulta de lo más inconsistente
Como vuelva a ganar Rajoy se va a querer independizar hasta Valladolid». El primero en decirlo fue Iñigo Errejón y Pablo Iglesias lo parafraseó el otro día en el debate a cuatro ante Sánchez, Rivera y el propio Rajoy. Lo hizo para justificar el crecimiento del número de independentistas catalanes en los últimos años, atribuyéndoselo por entero al Gobierno del PP y desvinculándolo, así, de otras causas más probables como el contexto de galopante crisis económica en que se produce dicho crecimiento o la inagotable propaganda antiespañola de los partidos nacionalistas que desde la primeras elecciones autonómicas siempre han estado, de un modo u otro, en la Generalitat.
Iglesias hizo suyo el mantra nacionalista de que el PP es una fábrica de independentistas, olvidando que para ellos cualquiera que se oponga a su proyecto rupturista es un potencial fabricante de independentistas, incluido el propio Iglesias, que, a pesar de mostrarse partidario de trocear la soberanía del pueblo español, dice estar a favor de preservar en última instancia la unidad de España. En todo caso, según el último barómetro (marzo de 2016) del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat, cualquiera diría que la fábrica de independentistas del PP hace aguas, porque el número de catalanes que se declaran partidarios de que Cataluña se constituya en un Estado independiente desciende hasta el 38,5%, diez puntos por debajo de su máximo histórico de noviembre de 2014. Sin embargo, los nacionalistas, y con ellos Pablo Iglesias, siguen insistiendo en que el PP es una fábrica de independentistas. Para aquellos, el PP es el enemigo exterior que todo nacionalismo necesita para justificar su cerrazón; para Iglesias, el enemigo interior que explica su radical hobbesianismo político y social basado en la maniquea confrontación entre los de arriba y los de abajo.
Pero más allá del chascarrillo de decir que incluso una ciudad tan prototípicamente española -además de proclive al PP- como Valladolid querrá independizarse en el caso de que Rajoy siga gobernando, el comentario de Errejón e Iglesias pone al descubierto la inconsistencia de la posición de Podemos sobre la cuestión catalana. Supeditan un aspecto estructural como la delimitación del concepto de ciudadanía, esencial para el funcionamiento de cualquier Estado social y democrático de Derecho comprometido con la igualdad de derechos entre ciudadanos, a un factor coyuntural como el hecho de que gobierne España un determinado partido político, en este caso el PP. Con todo, Iglesias insiste en que Podemos es «la mejor garantía de la unidad de España». Siempre, claro está, que después del 26-J gobiernen ellos por los siglos de los siglos o, como mínimo, siempre que el PP no vuelva a gobernar jamás. Ya se sabe que eso de la alternancia en el poder es pura teoría burguesa y que lo que se estila en las democracias populares es el partido único.
«Seguramente, con otros gobernando, la mayor parte de los catalanes se querrían quedar», dice Iglesias. Esos otros solo pueden ser ellos, por supuesto. La posibilidad de elegir a nuestros conciudadanos y convertir en extranjeros a nuestros vecinos en función de quien gobierne no solo resulta disparatada, sino que en la práctica supone la liquidación de nuestro marco democrático de convivencia y solidaridad. Ese es, precisamente, el motivo por el que ningún Estado democrático que se precie reconoce en su Constitución el derecho a la autodeterminación de sus partes integrantes, como propone Podemos. En el debate a cuatro, por cierto, Iglesias volvió a alinearse con los nacionalistas al poner el caso del referéndum escocés como ejemplo democrático de lo que propone Podemos. Soslaya Iglesias que la celebración de un referéndum binario sobre la secesión de Escocia fue en última instancia fruto del oportunismo del Primer Ministro del Reino Unido David Cameron que, apoyándose en la mayoría parlamentaria de su partido en Westminster, decidió convocarlo despreciando, por cierto, la propuesta del entonces Ministro Principal de Escocia, Alex Salmond, que planteaba un referéndum con tres posibles respuestas: status quo, mayor autogobierno (devo-max) o independencia. Cameron, como Iglesias, también tiende a confundir elementos estructurales de la vida política de una comunidad constituida en Estado sobre la base del acuerdo entre ciudadanos libres e iguales, con factores coyunturales como una determinada mayoría de gobierno o las tendencias de las encuestas de opinión.
El caso de Unidos Podemos es único en el mundo: no existe en ningún país de nuestro entorno ningún partido de ámbito nacional que promueva la fragmentación de la soberanía nacional, que reside en el conjunto del pueblo del que emanan los poderes del Estado. Iglesias reivindica la celebración de un referéndum de secesión en Cataluña como una exigencia democrática, como si la defensa de la soberanía y la unidad del pueblo español no fuera una causa democrática. Para ellos la unidad del pueblo español no es un valor en sí mismo, sino solo un accidente contingente y sujeto a veleidades electorales. Está claro que, si no gobiernan ellos, la unidad de España les importa un ardite. Defender un referéndum que echa por tierra la unidad del pueblo español y presentarse al mismo tiempo como la mejor garantía de la unidad de España resulta de lo más inconsistente. Porque eso estará muy bien cuando gobiernes tú, pero ¿qué ocurre cuando gobierna el PP? ¿Entonces la unidad de España ya no vale la pena? Cuando supeditas lo estructural a lo coyuntural, cuando antepones tu interés partidista a los cimientos de nuestro Estado de Derecho, es fácil caer en contradicciones. Difícilmente podrá tener un proyecto sólido y estable para España quien menosprecia la soberanía del pueblo español. Eso lo saben bien en Valladolid, señor Iglesias.
Ignacio Martín Blanco es politólogo y periodista