Joan Carles Valero - Letras expectativas
Incentivos peligrosos
Si los peajes de las autopistas de acceso a Barcelona desaparecen se incentivará el uso del vehículo privado
El incentivo es uno de los motores de nuestras vidas. Es la gasolina que nos mueve, el estímulo que nos excita a hacer o desear algo. El más común de los incentivos es el dinero y suele traducirse en salarios, pagas extras, gratificaciones, beneficios… Pero la recompensa no solo es económica y tiene múltiples facetas. Desde niños nos encanta el reconocimiento, primero de nuestros padres cuando buscábamos su aprobación al decirles «mira lo que hago»; y luego de nuestros iguales y superiores a través del respeto o de la palmadita en la espalda, respectivamente. De ahí la importancia de la economía conductual, de base psicológica. Porque los beneficios pueden ser psicológicos, que es una manera elegante de decir que nos sentimos mejor haciendo lo que hacemos.
Gary Becker, premio Nobel en 1992, definía la economía como «el arte de aprovechar el máximo de la vida». Se trata de saber cómo lo hacemos, porque de cualquier cosa que tiene valor existe un suministro finito, es decir, todos los recursos son escasos. Por eso la economía arranca de una suposición muy importante: todos los individuos actuamos para conseguir el máximo bienestar posible para nosotros mismos. En la jerga de los economistas, el individuo intenta maximizar su propio provecho, que es un concepto similar a la felicidad, sólo que más amplio. Y ese es nuestro patrón de conducta en las pequeñas y grandes decisiones, desde la economía familiar a las multinacionales.
También hay incentivos negativos. Las cajetillas de tabaco son el mejor ejemplo para desincentivar su consumo con tétricas imágenes y la advertencia de que «Fumar mata». Pero hay incentivos que son diseñados como positivos y se tornan negativos. Recuerdo un colegio en el que se estableció una «multa» a los padres que recogían tarde a sus hijos. Si el retraso era de hasta media hora había que abonar dos euros. Les salió el tiro por la culata, porque los padres empezaron a recoger más tarde a sus hijos porque les resultaba más barato que una canguro y, encima, tranquilizaban sus conciencias.
Si los peajes de las autopistas de acceso a Barcelona desaparecen cuando finalicen las concesiones, al margen del coste que supondrá su mantenimiento para los presupuestos públicos, se incentivará el uso del vehículo privado, con el consiguiente efecto sobre los colapsos y la contaminación. Lo gratis saldrá caro.