La ilusión rota del viejo Balañá

Decir Don Pedro en la Barcelona de todo el pasado siglo, era decir Balañá. Era nombrar a uno de los empresarios más importantes y con mayor carisma de los muchos que Cataluña ha dado. Don Pedro –Balañá Espinós, para no equivocarnos– llevó la gestión de la Monumental a partir de 1927, también la de Las Arenas, y de otras muchas plazas, apoderó a muchas figuras, y por si fuera poco creó un imperio de cines y teatros en la Ciudad Condal, del que todavía disfrutan sus herederos.

Don Pedro recibió en diciembre de 1960, cuando llevaba 33 años de empresario, la Cruz de Beneficiencia, y ya era por entonces socio de honor de la Asociación de la Prensa de Barcelona. Leo en una vieja revista, que había organizado hasta entonces novecientas corridas de toros y otras tantas novilladas, y su ilusión antes de recibir un gran homenaje a su trayectoria, era organizar otros tantos espectáculos en los años venideros, por él o por sus herederos, ya que por entonces contaba con 77 años de edad.

Se fue Don Pedro y con él aquel legado de organizar al menos otras novecientas corridas y novilladas. Balañá II, su hijo, y después Balañá III, su nieto, siguieron al frente de los negocios. Siguieron dando toros hasta el final que todos conocemos. Siguieron con el imperio de cines y teatros. La política paralizó su faceta taurina en Barcelona, pero cuando la Justicia levantó el veto, ya ninguno se acordó del legado del abuelo: esas novecientas corridas, de las que todavía quedan muchas por organizar.

Se rompió la ilusión del viejo Balañá, se diluyó su carisma, su tremenda popularidad en aquella Barcelona. Se esfumó su sueño, el seguir ofreciendo a los aficionados motivos para acudir cada domingo a la plaza. Con él se fueron tantas cosas... Se fue el futuro, «de momento». ¡Ay, «de momento»! Las palabras de Balañá III, que atormentan a los aficionados.