Joan Carles Valero - LETRAS EXPECTATIVAS
El hombre inacabado
¿El arte es un mundo de sinvergüenzas y no sirve para nada y por eso es tan importante?
Caricaturizar el mundo del arte, parodiarlo, es muy fácil porque está habitado por el elitismo de quienes se erigen creadores, dioses que tienen el poder de señalar lo que es y lo que no es arte. Son los valedores de la genialidad, como Marcel Duchamp, para quien la creación artística no requiere ni formación, ni preparación ni mucho menos talento, al tratarse del resultado del puro ejercicio de la voluntad del creador-Dios. Woody Allen parodia de forma magistral a esos artistas que levitan.
¿El arte es un mundo de sinvergüenzas y no sirve para nada y por eso es tan importante? Muchos lo consideran inútil pero para otros, la contemplación de ciertas obras resulta transformadora, hasta el punto de sobrevenirles el síndrome de Stendhal ante una jugada de Messi.
Vivimos fascinados por el arte. Las sociedades de la opulencia caen en la hiperestetización y les resulta más fácil pagar millones por una obra de dudosa factura que destinarlos a un programa de investigación médica. En uno de los heterónimos de Fernando Pessoa, el escritor portugués dice que para triunfar en el mundo artístico hacen falta tres requisitos: carencia de escrúpulos, carencia de conciencia y brutalidad. Condiciones que finalmente se resumen en una sola: la tendencia a la criminalidad.
Los delitos vinculados al mundo del arte han sido histórica y socialmente perdonados. Incluso ante los tribunales. Uno de los más llamativos es el caso de la violencia nihilista de William Burroughs, autor de «Almuerzo al desnudo», que mató a su mujer jugando a ser Guillermo Tell con un revólver. Pero también hay casos de violencia política, como el de Diego Rivera, el pintor mexicano de terrible pasado estalinista, que participó en crímenes políticos y nadie se lo ha recriminado. En suma, parece que se prefiere el arte a la vida.
En «El hombre inacabado», el periodista y escritor Manuel Calderón enhebra un «thriller» descarnado con un artista asesino como protagonista de su segunda novela. Un hombre que ofrecía lo que la sociedad anhelaba: el acceso al arte. Cuando al histriónico y desarraigado artista le vuelve el pasado de manera fantasmal, se desencadena lo imprevisible. No se trata de una historia de fraudes artísticos, sino la literaria figura del hombre que oculta su pasado. En la Divina Comedia se dice que el castigo del infierno es no poder olvidar, transitar por la eternidad con la culpa, con el peso de todo tu pasado.