José García Domínguez - Punto de Fuga

El hereje Dalí

Gracias a nuestros nacionalistas de campanario, absolutamente nada es lo que en buena ley podría reclamar una eventual Cataluña segregada del legado póstumo de Dalí

Apócrifa o real, cuenta la leyenda que la primera vez que se encontraron Salvador Dalí y el Jordi Pujol ya incontestado Ubú rey de su particular Ínsula Barataria con puesto de mando en la Plaza de San Jaime, el ampurdanés emitió un sonoro, indisimulado y olímpico pedo. Pues a decir del que fuera su sombra durante tantos años, Robert Descharnes, quien juraba haber sido privilegiado testigo presencial de la escena, a Dalí el apellido del aún muy honorable le recordaba siempre a cierto Joseph Pujol, singularísimo artista francés que se hiciera célebre en la Europa de entreguerras por su muy insólita pericia para interpretar todo tipo de piezas musicales, incluida “La Marsellesa”, a base de encadenar rítmicas series de ventosidades.

Aquel inopinado recibimiento por parte del genio, quién sabe si inducido acaso por la más premonitoria y clarividente de sus muchas intuiciones visionarias, marcaría ya para siempre la relación entre ambos. Al punto de que un propio de Pujol, el entonces consejero de Cultura Max Cahner, no se privó de tildar de “cobarde” al artista. Fue cuando se hizo pública la voluntad póstuma de nombrar al Estado Español heredero universal de su patrimonio todo. Tras años y años de necio desprecio institucional, miopes desplantes a los que debemos agradecer el bochorno de que Barcelona carezca ahora mismo de ni siquiera una mísera acuarela de Dalí, no les iba a quedar ni tan solo se preceptivo 3% que viene siendo norma ya consuetudinaria en la plaza. Nada de nada. Porque gracias a nuestros nacionalistas de campanario, esos cráneos privilegiados, absolutamente nada es lo que en buena ley podría reclamar una eventual Cataluña segregada del legado póstumo de Dalí. Así las cosas, conviene no olvidar que incluso las obras depositadas en Figueras siguen siendo propiedad todas ellas, sin excepción ninguna, del Estado. Facultado para recuperarlas en cualquier momento, solo al Estado competiría decidir sobre su traslado a otra ubicación fijada según su libre albedrío. Si se pusieran (más) tontos, no quedarían ni las migas. ¡Grande Dalí!

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