Sergi Doria - Spectator in Barcino
La (h)Ada del separatismo
Preocupa que quien debe representar a todos los barceloneses se alinee -una vez más- con una parte. Y lo es más cuando esa parte ejerce la violencia contra quienes no piensan como ellos
Cuando un gobernante -o gobernanta- no es capaz de resolver los problemas que son de su competencia; y si el gobernante -o la gobernanta- ha hecho del cinismo su modus operandi, acostumbra a salir del atolladero de la ineptitud desviando el foco a otros asuntos.
Así lo lleva haciendo Ada Colau en su infausto cuatrienio municipal. Incapaz de afrontar los problemas que atañen a su negociado (inseguridad, precariedad de vivienda pública, manteros, entre otros) dedica su atención a otros caladeros de votos.
Momentos estelares del populismo… Aparición en Sábado de Luxe (9.12.2017) para hablar de su bisexualidad; buenrrollismo del «volem acollir» que acaba con adolescentes magrebíes campando en Montjuïc y problemas de delincuencia; promoción del sectarismo histórico: eliminación de la estatua de Antonio López, cambio de la plaza Almirante Cervera por Pepe Rubianes al grito de «¡un facha menos!»; y lo más preocupante: después de colgar un lazo amarillo en el balcón consistorial, oxígeno propagandístico a los separatistas en vísperas del juicio.
A este propósito responde la visita a los políticos presos en Lledoners. A la salida, Colau trufaba sus declaraciones con los tópicos que cohesionan la trama civil del golpe que comenzó el 6 y 7 de septiembre de 2017, prosiguió con el referéndum ilegal del 1-O y culminó con la República del 27-O: «Llevan mucho tiempo en prisión preventiva y creemos que es importante recoger el sentimiento mayoritario tanto en Barcelona como en Cataluña para expresar nuestro rechazo a una situación injusta».
Sí, alcaldesa, llevan mucho tiempo, pero las cosas no habrían sido así si el fugitivo del flequillo y una parte de su gobierno no hubieran tomado las de Villadiego dejando el marrón del agravante de fuga a los que se quedaron.
En cuanto al «sentimiento mayoritario en Barcelona», no es más que la apreciación subjetiva y caprichosa de quien solo cuenta con once concejales; otra cosa es que los comunes unan su destino a un partido de derechas como el PDECat, la falsa izquierda de ERC y la CUP. Opción plausible cuando la alcaldesa afirma que «tanto los que son independentistas, como los que no lo somos, rechazamos está situación de represión». Aplicar la ley es reprimir: preocupante interpretación en una responsable política.
También dijo Colau que Barcelona -¿la Barcelona de comunes e independentistas?- debe expresarse «formal y solemnemente en contra de un juicio que claramente no se produce en condiciones justas y que, además, se basa en acusaciones claramente infundadas y desproporcionadas».
El recurso al adverbio -mente (solemnemente y, dos veces, claramente) denota la impostada rotundidad de quien no está seguro -segura- de su argumentario. ¿Acaso el juicio no reviste garantías procesales en una de las democracias mejor valoradas internacionalmente? ¿Lo ocurrido el otoño de 2017 no fue una agresión a la legalidad democrática?
A renglón seguido, Colau anunció una declaración institucional en el próximo pleno del Ayuntamiento «por la vulneración gravísima de derechos fundamentales». Preguntaríamos a la alcaldesa si suspender el Estatuto y la Constitución con la Ley de Transitoriedad que permitía al presidente de la República catalana elegir a los jueces no es una «vulneración gravísima» de los derechos democráticos. También le preguntaríamos si entre esos «derechos fundamentales» incluye, como hacen los independentistas, el derecho de autodeterminación.
Preocupa que quien debe representar a todos los barceloneses se alinee -una vez más- con una parte. Y lo es más cuando esa parte, que ya no controla a sus unidades de choque -Arran, CDR y la ANC- ejerce la violencia contra quienes no piensan como ellos. En Cataluña y en la Barcelona que Colau dice gobernar, el derecho de manifestación está siendo violentado una y otra vez por los llamados antifascistas que, paradójicamente, protagonizan el fascismo cotidiano. Si la mani es separatista representa una «demostración cívica de libertad»; si no lo es, una provocación. Ejemplos del doble rasero: la concentración -legal- por los derechos de los castellanohablantes abortada por la concentración -ilegal- de los CDR y okupantes de la plaza San Jaime; los ataques de encapuchados en Gerona el 6-D, Día de la Constitución; el acecho a Vox en Blanes y Hospitalet, donde se lanzaron cohetes contra una paella popular… Es vergonzoso que quienes pactan con los antisistema de la CUP no se escandalicen cuando las juventudes de Arran asedian y pintarrajean sedes de partidos adversarios, domicilios de jueces y medios de comunicación; solo les asquea la «extrema derecha» de Vox que -hasta el momento- respeta las vías legales.
La (h)Ada del separatismo acude, siempre presta, al rescate. ¿Recuerdan su ruptura en noviembre de 2017 con el socialista Jaume Collboni por el 155? Pretende seguir de alcaldesa con el apoyo de Ernest Maragall (ERC), el que dijo: «Catalunya sempre serà nostra» (una Catalunya que excluye a otras Cataluñas, también a la de Colau). Pero la cuestión es el sillón, sea con quien sea. ¿Oi que sí, alcaldessa?