Ángel González Abad - Los martes, toros
Había una vez...
Una parte de esos catalanes a los que se les ha cercenado una libertad, a quienes se les prohíbe vivir una pasión sin sentirse ultrajados, mantienen la espera
Mientras la CUP sigue jugando con ese pelele político en que se ha convertido el otrora honorable president Artur Mas, mientras el 27 de septiembre queda cada vez más lejano y solo demuestra que en este tiempo también se esta jugando con los ciudadanos catalanes, mientras sigue el espectáculo en un circo del que nadie reniega, mientras tanto...
Mientras tanto una parte de esos catalanes a los que se les ha cercenado una libertad, a quienes se les prohíbe vivir una pasión sin sentirse ultrajados, mantienen la espera. Hace unos días, ese bastión de la defensa de la Fiesta en Cataluña que es Paco Píriz nos recordaba que habían pasado 1.854 días desde que el 28 de octubre de 2010 entró en el registro del Tribunal Constitucional el recurso presentado por el PP contra la prohibición de las corridas de toros aprobada en el Parlament en julio de aquel año. Los días pasan y son ya 1860 las jornadas de amarga espera sobre una cuestión que debería ser ajena a todo el revolutum político, y que sin embargo ha sido considerada siempre como un arma arrojadiza desde que el otrora también molt honorable Jordi Pujol pusiera la Tauromaquia en su punto de mira como algo ajeno a Cataluña. Desde entonces asistimos a una gran mentira política que parece no tener fin.
Por eso, aunque sea en medio de todo este disloque y mientras Artur Mas sigue humillándose para ser el president de una comunidad por el mismo desestructurada, aunque sea solo por eso, el Tribunal Constitucional no debería esperar más para sentenciar si la abolición de las corridas de toros en Cataluña se enmarcó o no en el ámbito constitucional.
Hablar de la vuelta de los toros a Cataluña no es hablar de una agresión hacia los catalanes ni hacia sus instituciones. Al contrario, la Fiesta ha convivido durante siglos con esta sociedad, que ha demostrado siempre estar por encima sus gobernantes. Y ahora, por el espectáculo que ofrece el Parlament, más que nunca: un circo con pelele incluido.