José García Domínguez - PUNTO DE FUGA

La gran trola del referéndum

El 9-N no aparecieron los famosos cuatro quintos a favor del referéndum

"Cuatro de cada cinco ciudadanos catalanes avalan el referéndum”. Lo acaba de sentenciar por enésima vez Artur Mas, ahora en las planas de un diario local. Nada menos que cuatro de cada cinco. Lo repiten como loritos, sin cesar. “Cuando falla la profecía”, un clásico de la psicología experimental, documenta con exhaustiva pericia cómo reaccionan los fieles de algún credo tras demostrarse falaces los dogmas de su fe. Por norma, y contra toda lógica, dan en intensificar su fervor en la causa, con más devoción aún que antes del fiasco. Disonancia cognitiva llaman los psiquiatras y terapeutas de la conducta a tales mecanismos de defensa frente a los desplantes de la cruda realidad. Así, de idéntico modo a lo que ocurre con nuestros separatistas domésticos, es sabido que los Testigos de Jehová se aferraron con renovada entrega a los principios de la secta tras comprobarse falaz la fecha prevista por su fundador para que se produjese el fin del mundo.

Y es que únicamente hace falta saber sumar a fin de poder verificar el carácter de trola marinera de esa quimérica mayoría aplastante de catalanes proclives a la autodeterminación. Con todo a su favor, con la Administración en sus manos, con los medios de comunicación públicos (amén de otros cientos pensionados) también bajo sus faldas, con unas condiciones ideales solo factibles por tratarse de un intrascendente simulacro lúdico, resulta que, excepción hecha de en la febril imaginación de Artur Mas, el 9N no aparecieron los famosos cuatro quintos por ningún lado. Recuérdese que en la propia capital apenas lograron sobrepasar un ridículo tercio de las voluntades a favor de la secesión (un 35%). Sin jugarse la pensión, sin arriesgar el saldo de la cartilla del banco, saliendo la broma gratis total, en su mítico 9N únicamente los apoyaron 1.861.753 catalanes (el 33% del censo). Ni uno más. Pero es que ni uno más. ¿Qué cuatro quintos ni que niño muerto, caro Artur? Deje ya ese cuento, hombre.

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