José García Domínguez - Punto de Fuga

El gran tabú

Los trabajadores, sostenía Carlyle, vivirán siempre al borde de la pobreza porque los salarios rondarán de modo crónico en torno al nivel de subsistencia a causa de la presión a la baja del crecimiento demográfico

¿Puede Cataluña acoger en su seno a decenas de miles de refugiados que huyan de las guerras que asolan enormes regiones del planeta, en particular la de Siria? Sí, naturalmente que sí. ¿Puede Cataluña sostener también un Estado del Bienestar que ofrezca prestaciones de calidad y universales al conjunto de su población? Con las consabidas dificultades, pero, en efecto, puede. ¿Y está asimismo Cataluña en disposición de remunerar con unos salarios medios a sus trabajadores, sobre todo a los menos cualificados, que les garanticen los mínimos de calidad vital por encima de la mera supervivencia física que se deberían dar por supuesto en cualquier sociedad próspera y desarrollada? Huelga decir que sí, sin duda. No obstante, la pregunta en verdad pertinente es la de si estaría al alcance de Cataluña la posibilidad real y efectiva de alcanzar esos tres objetivos, por lo demás tan meritorios y loables, al mismo tiempo. Y la respuesta a esa cuestión de cualquier adulto capaz de reunir la suficiente entereza como para afrontar el estigma público consiguiente solo puede ser una: no; simplemente, no.

Carlyle llamó a la Economía "ciencia lúgubre" por la vigencia en su época de la llamada ley de hierro de los salarios. Ley cuyo enunciado se antojaba de una simplicidad atroz: los trabajadores, sostenía, vivirán siempre al borde de la pobreza porque los salarios rondarán de modo crónico en torno al nivel de subsistencia a causa de la presión a la baja que sobre ellos ejerce el crecimiento demográfico. Y en gran parte del siglo XIX, en efecto, las cosas funcionaron así. Lo inquietante es que en el XXI vuelven cada vez más a ser así. Y vuelven a serlo porque las grandes migraciones intercontinentales provocan que se recreen aquellas mismas premisas, las que creíamos ya solo propias de las novelas de Dickens: una sobreabundancia permanente de mano de obra que hunde, también de forma permanente, los salarios de la población menos cualificada. ¿Podrá Cataluña confesarse algún día esa verdad en voz alta?

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