José García Domínguez - PUNTO DE FUGA

La gran mezquita de BCN

El pretendido islam moderado es refractario a los principios que inspiran nuestra convivencia civil

Dicen los laicistas con mando en plaza que Barcelona necesita con perentoria urgencia una mezquita bien grande, bien céntrica y bien sufragada con los fondos paganos de los contribuyentes. Pues, al parecer, la premisa mayor de lo que toda la vida se había conocido como laicismo, esto es la muy estricta y exquisita separación entre iglesias y Estado, únicamente afectaba a los de la cruz; a los de la cruz y solo a los de la cruz. Y es que nuestras autoridades municipales, a falta de otra ocupación mejor con que pasar el rato, andan firmemente decididas a combatir eso que llaman “islamofobia”. Al modo de lo que sucedía en la difunta Unión Soviética, cuando la desafección hacia el orden comunista era tenido por síntoma evidente de alguna grave enfermedad psiquiátrica, en esta Europa que se dice laica y laicista la más nimia objeción a los mandatos contenidos en el Corán expone a cualquiera a ser tachado de islamófobo, huelga decir que pecado gravísimo donde los haya.

Ocurre, sin embargo, que el respeto debido es una consideración a la que solo tienen derecho las personas, no los relatos. Los musulmanes son personas, de ahí que todos ellos merezcan nuestra máxima consideración y respeto. Las doctrinas de inspiración coránica que chocan con los valores del humanismo que informan la civilización occidental, en cambio, son vulgares relatos que ni pueden aspirar a ser respetados por nosotros ni, por supuesto, deben serlo. En esa radical incompatibilidad entre sus valores seculares y los nuestros, que no en el islamismo, es donde radica el genuino conflicto que los enfrenta a Occidente. El pretendido islam moderado, el mismo que quiere patrocinar la laica Colau gran mezquita municipal mediante, es refractario a los principios que inspiran nuestra convivencia civil no porque fomente el extremismo islamista, sino porque ansía imponer una regulación religiosa de la moral pública que, simplemente, nos repugna. ¿Tan difícil resulta, alcaldesa, distinguir entre lo público y lo privado cuando anda un muecín por medio?

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