Oti Rodríguez Marchante - BARCELONA AL DÍA
Entre el palo del Constitucional y la zanahoria de Soraya
No está claro la tecla que debería tocar España para no desafinar, pero sí está algo más claro la que está obligada a tocar Cataluña
Pues parece que al proceso catalán ya no le queda más zanahoria que Soraya Sáenz de Santamaría, porque el palo lo tiene y lo muestra el Tribunal Constitucional, que suspende todas las previsiones de referéndum separatista (ese que ya tienen previsto con la astucia habitual en los presupuestos), y además advierten a los miembros del Parlament (y a su cabeza de turco, Carme Forcadell) y a los tres o cuatro pimpollos creadores de “estructuras”, como Junqueras, Romeva y a un Puigdemont que ya no sale nunca de una película de Jerry Lewis, del manojito de responsabilidades, también penales, que habrán de afrontar si prefieren el palo a la zanahoria. Todo esto, que suena así como a película de Scorsese, es en realidad el segundo o tercer acto de una comedia que ya aburre a todos los españoles menos a la mitad, pongamos, de los catalanes. Un día de la marmota, pero ya sin marmota, porque a Artur Mas lo perdieron por el camino.
Vamos a suponer sólo por un momento que la señora Sáenz de Santamaría sea persona seria, que el Tribunal Constitucional está formado por personas serias y que en la Cataluña sedicente haya también alguien con un atisbo de seriedad, y en tal caso habría que suponer también que pasadas las Navidades, comido ya todo el turrón que sea menester y cantados todos los villancicos pertinentes, unos y otros trabajen para no hacer el ridículo. A ver, maneras de hacer el ridículo: encargar cajas de cartón para interpretar una pantomima, consentir una sonrojante farsa y aceptar la música de “los payasos de la tele” como si fuera una partitura de Bernstein, empezar a repartir zanahorias como si se tuviera un saco lleno. No está claro la tecla que debería tocar España para no desafinar, pero sí está algo más claro la que está obligada a tocar Cataluña, pues parece evidente que no es un lugar, tierra, país o pueblo que se merezca estar en las manos (eufemismo de zarpas) en las que está, ni caer en los abismos de bajeza moral y actuación canalla con la que unos cuantos de sus representantes (con el bobo consentimiento de su zona trajeada y el corderismo de su tejido empresarial) presumen de montaraces y antidemocráticos. Llevan años dando pruebas de lo que saben hacer, romper, quemar y gritar consignas, y ya sería tiempo de que alguien sin necesidad de ser especialmente listo (pongamos, todos nosotros) les enfrente al dilema de ponerse a trabajar o apuntarse al paro.