Vic Echegoyen: «El auténtico feminismo no es llevar una pancarta, sino dar lo mejor de ti»

Vic Echegoyen rescata a Julia d’Aubigny, espadachín y travesti en la Francia de Richelieu

Vic Echegoyen ha escrito «La voz y la espada»(Edhasa) ABC

Sergi Doria

Con una historia tan definitiva como «Los tres mosqueteros» parecía difícil aportar algo más a la Francia del XVII. Admiradora de Dumas, Vic Echegoyen (Madrid, 1969) culminó su primera tentativa en 2016 con «El lirio de fuego». Finalista del premio Fernando Lara, la novela indagaba en un secreto familiar del cardenal Richelieu oculto durante cuatro siglos con la guerra de los Treinta Años como telón de fondo.

En «La voz y la espada» (Edhasa) la periodista, pintora, traductora e intérprete de organismos internacionales y sobrina nieta de Sándor Márai rescata del olvido a Julia d’Aubigny, un personaje real cuya vida al límite de toda convención moral podría hacerle pasar por una criatura de la más desbordada imaginación. «La conocía de oídas… Tengo parientes que se han dedicado a la ópera y la mencionaban como una precursora, la primera contralto de la historia… Al plantearme la novela quise subrayar el carácter universal de este personaje de leyenda para que interesase a todo tipo de lectores, incluso a quienes no leen novela histórica», explica Echegoyen.

Y es que Julia fue muchas cosas. Huérfana de madre y criada por su padre, pronto despuntó en la esgrima con el sobrenombre de «Chiripa» y se batió en duelo con algunos machotes a los que humillaba.

Amante del conde de Armagnac, el hombre más poderoso en la corte de Luis XIV , Julia intenta sobrevivir en un París controlado por el cruel jefe de policía apodado el Tejón y saca partido de los vicios privados de Versalles.

En una sociedad dominada por la hipocresía y los ataques por la espalda, no es extraño que Julia se hiciera pasar por un varón. «En el Barroco, el travestismo era más frecuente que en la actualidad», advierte la autora: «Tenemos los ejemplos de la reina Cristina de Suecia, las sobrinas de Nazarino, la hija bastarda de Carlos II… Vestirse de hombre daba seguridad y permitía explorar unos ambientes vedados a mujeres de las clases altas», apunta. También convenía a los estratos más humildes: «Cuando una mujer se quedaba viuda e intentaba trabajar en oficios reservados a los hombres asumía una identidad masculina para poder ganarse la vida».

Julia d’Aubigny , añade Echegoyen, encarna la faceta inconfesada de lo femenino: «Es la dimensión pasional, irracional, artística que muchas mujeres no se atreven a explorar por temor al ridículo o el qué dirán. Julia no tiene miedo a equivocarse. Es la hermana mayor con las que todos querríamos compartir travesuras. Como se entrega y lo da todo, siempre sale adelante».

Nos preguntamos si la protagonista de «La voz y la espada» no fue una feminista avant la lettre… «Las mujeres como Julia predican con el ejemplo y no necesitan de nadie que las proteja; tampoco imponen su forma de pensar o vivir, ni son adalid de ninguna causa. El auténtico feminismo no es llevar una pancarta o enarbolar una bandera sino en dar lo mejor de ti, día tras día», concluye Echegoyen.

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