José García Domínguez - Punto de fuga
Dragones malotes, presidentes simplotes
El nacionalismo, sostiene Michael Ignatieff en algún libro, es un discurso que grita no para ser escuchado sino para convencerse a sí mismo. Al punto de que el plúmbeo "crescendo" de su plañir estaría en directa relación con la muy inconfesable conciencia íntima de que todo en él es mentira. Todo, empezando por las burdas distorsiones de la historia. Siguiendo por las maniqueas caricaturas del enemigo inventado. Y acabando, en fin, por la continua, permanente distorsión de cualquier evidencia empírica que refute su interminable rosario de peregrinos expolios coloniales. Así Puigdemont, el de los dragones malotes. También Puigdemont, la novísima voz de la caverna local.
La propaganda del franquimo, recuérdese, fabricó su particular anti-España, aquella célebre conjura judeo-comunista que, día y noche, maquinaba arteras maldades contra la patria. Paranoia delirante de la que la doctrina hoy hegemónica en Cataluña resulta mero trasunto. A fin de cuentas, su obsesiva denuncia de la "catalanofobia" constituye mimética traslación de la anti-España espectral del No-Do. El régimen no podía tener enemigos. En consecuencia, quienes decían disentir de él, en realidad tenían que estar contra España. Discrepar del orden establecido equivalía a abjurar de la patria. Añeja perversión intelectual que, al igual que los lagartos prehistóricos en Madagascar, ya solo subsiste en esta Cataluña, la de aquí y ahora. Y es que Cataluña resulta ser el último rincón de la península donde aún pervive, hoy bajo el manto del nacionalismo, el espíritu de lo que por aquel entonces se decía franquismo sociológico. Por algo, e igual que cuando la dictadura de antes, el díscolo a la obediencia identitaria doméstica tampoco merece a ojos de nuestros libertadores nacionales la consideración de adversario político, sino la de enemigo de la patria; de la patria catalana, huelga decir. Los otros inventaron su anti-España, artera conspiración masónico-dragonera que, sin tregua ni descanso, perpetraba infames ardides contra nuestra dicha. Y estos siguen en lo mismo. Ah, los dragones malotes que persiguen a los presidentes simplotes.