Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO
D’Ors, Pasqual y la desertización
«El pasado julio, una actriz de cuyo nombre preferimos no acordarnos, dijo a través de Facebook que el director del Lliure la maltrató y ridiculizó en los ensayos de El rey Lear»
![El director de Teatro, Lluís Pasqual](https://s3.abcstatics.com/media/espana/2018/12/11/lluis-khUE--1248x698@abc.jpg)
Lluís Pasqual retorna mañana a Barcelona para recibir el premio Atlàntida del Gremio de Editores de Cataluña por su contribución al fomento de la lectura y la defensa del valor de la cultura y la propiedad intelectual. El dramaturgo ha padecido un annus horribilis, obligado a dimitir de la dirección del teatro que cofundó en 1976. El pasado julio, una actriz de cuyo nombre preferimos no acordarnos, dijo a través de Facebook que el director del Lliure la maltrató y ridiculizó en los ensayos de El rey Lear en 2014: «Le he visto hacerlo impunemente porque es un genio y los genios gritan y tratan mal a la gente», apostillaba.
El colectivo Dones i cultura apoyó la denuncia. Aseguraba contar con ochocientas profesionales de la cultura y exigía el cese de Pasqual: «Somos un colectivo feminista y no permitiremos que se mantengan en posiciones de responsabilidad personas que maltratan a los demás, especialmente si aprovechan su relación de poder para mantener comportamientos vejatorios con impunidad… Estas prácticas abusivas no solo son contrarias a los derechos laborales más básicos, sino que son intolerables en una sociedad democrática».
Amplificada a los cuatro vientos por TV3, prensa y digitales secesionistas -a Pasqual no le entusiasmaba colgar lazos amarillos en el Lliure- la anécdota devino en categoría.
La periodista Montse Barderi demostró en un artículo que muchas seguidoras del colectivo desconocían el manifiesto inquisidor. Es más: cuando se organizó una asamblea denominada Operación Pasqual sólo contó con una veintena de asistentes… Pero la mecha ya estaba encendida. La presunta culpabilidad se daba por cierta y el denunciado quedaba a merced de esa mezcolanza de la ley de Lynch y la picota que en este siglo dimos en llamar redes sociales.
Las cuatro décadas de excelencia teatral como actor y director tuvieron pronto eco en otro manifiesto de apoyo a su persona, rubricado por un centenar de personalidades de la cultura. Allí estaban quienes conocen a Pasqual «de verdad»: Nuria Espert, Ana Belén, Eduardo Mendoza, Juan Echanove, Frederic Amat, Josep Maria Flotats, Salvador Sunyer, Antonio Banderas, Mario Gas, Rosa Maria Sardà…
La Espert, que participó en todos los ensayos de El rey Lear, habló claro: «Lo que dice esa muchacha no pasó en los ensayos. Eso fue una mentira…No hubo una voz más alta que otra para ninguno de los actores. Pasqual le dio una indicación y ella dijo “vale”... “vale” pero no lo haces».
En estos últimos meses, mientras el procés entraba en su periodo más patético y las incoherencias -o, directamente, el crudo cinismo- de sus promotores copaba titulares diarios, Pasqual anunció su dimisión y se llevó a Madrid el Romancero gitano que preparaba para el Lliure. Tras calificar a los políticos catalanes de «agitadores» que fundamentan toda su estrategia en secuestrar a la gente para lanzarla a la calle -«nos han hecho creer que la calle era la fuerza»-, el director se ponía a cubierto de la hipersensible sociedad catalana. Hipersensibilidad rayana en victimismo infantiloide que coarta toda espontaneidad creativa.
Cuando escribo estas líneas acabo de leer La escritura y el poder (Tusquets), actualísimo ensayo de Andreu Navarra sobre la vida y ambiciones de Eugenio d’Ors. Hace cien años, Puig y Cadafalch utilizó todo su poder como presidente de la Mancomunidad para quitar de en medio a quienes envidiaba: Josep Pijoan y el Xénius que prestigió a La Veu de Catalunya con su «Glosario» mientras provocaba al catalanismo burgués con sus devaneos sindicalistas. Dice el historiador: «Los epistolarios cruzados entre D’Ors y Casellas, y D’Ors y Unamuno no ofrecen dudas: el Glosador sufría en la capital catalana. Era odiado allí, por los lectores y por escritores, por el pueblo y por sus colegas de profesión, desde muchísimo antes de 1919. Lo que cobraba no le alcanzaba para vivir como él deseaba…».
Consumada la defenestración, Puig y adláteres se ensañaron con el caído: «En el seno de la Mancomunidad se quiso verdaderamente linchar y acabar de hundir la reputación de quien ya no era casi más que un escritor entre los muchos que trabajaban en Barcelona. ¿Por qué seguir hostigándole si ya había dimitido?... Se le obligó a marcharse a Madrid y se le infligieron venganzas innecesarias, que iban a traer consecuencias muy graves», apunta Navarra.
El paso a la capital en 1920 supuso un mayor reconocimiento de la obra orsiana en las páginas de Nuevo Mundo, ABC y, a partir de los años cuarenta, Arriba. Cataluña perdía a uno de sus más destacados pensadores. No era la primera vez, ni la última. Gaziel, otro hereje del dogma identitario, utilizó la alegoría de la Cataluña que devora a sus hijos.
Hoy padecemos más que nunca esa desertización intelectual: Boadella, Flotats, Azúa, Pasqual… Emigran los fondos editoriales de Tusquets, Agencia Balcells y ¿Anagrama? El secesionismo ha convertido la cultura catalana en un invernadero antropológico.