José Rosiñol - Tribuna abierta

¿Diálogo o rendición?

El problema es que este esfuerzo por dividir en dos comunidades diferenciadas a los catalanes únicamente ocurre en la mente de una minoría obcecada en confundir ideología con identidad

Suelo participar en una tertulia de una radio catalana, soy esa «cuota unionista» con la que dar color al pensamiento único nacionalista. Hace no mucho, una de mis contertulianas, siguiendo con el mantra de la excusa del Estatuto (que, por cierto, votó muy poca gente, solo el 36% del censo) adujo que la sentencia del TC y la actuación del PP le habían llevado a la conclusión de que “con los españoles no había nada que hacer”. Naturalmente, le hice ver que en Cataluña existe una mayoría de ciudadanos que nos sentimos catalanes y españoles sin ningún tipo de complejo ni contradicción, que son identidades aditivas (entre otras muchas).

Explico esta anécdota porque ejemplifica muy bien cómo han planteado el «prusés» sus próceres e ideólogos: como un juego estratégico de suma cero en el que el lenguaje y sus juegos son el eje sobre el que pivota la «construcción nacional» de mentalidades excluyentes. Es, en definitiva, una obsesión y necesidad vital de inculcar este relato dicotómico en la toma simbólica del territorio, en los actos de exaltación nacionalista en forma de colocación de banderas de partido e ideológicas en los espacios públicos, y en el arrinconamiento y escarnio hacia todo aquello que suene a español.

El problema es que este esfuerzo por dividir en dos comunidades diferenciadas a los catalanes únicamente ocurre en la mente de una minoría obcecada en confundir ideología con identidad, en un etnicismo más propio de otras épocas que en la que vivimos; y es en la perversión del lenguaje corriente, en la política vulgarizada, donde el nacionalismo está ganando la batalla de su guerra imaginaria. Es precisamente en la aceptación de ese uso bipolar y antagónico Cataluña/España y catalanes/españoles donde recae el grueso de la acción explícita e implícita de la estrategia nacionalista. Bajo ese paraguas diferenciador se enrocan en insistir en el “mandato democrático” de los únicos que consideran suyos y verdaderos, obviando que votar no es (o no debería ser) adscribirse fanáticamente a una causa, que incluso en ese 47,74% de (supuestos) síes hay mucha más pluralidad de la que les gusta reconocer.

Bajo estas premisas nos encontramos con las falaces llamadas al diálogo de Carme Forcadell y Oriol Junqueras victimizándose porque a la primera no le ha recibido el Rey. El problema es que si hacemos una descripción más densa de lo habitual de lo que entiende el separatismo por diálogo, nos encontramos con que, básicamente, lo único que quieren negociar es el cómo pero no el qué. Que los términos de dicho diálogo se asemejan más a unas condiciones de rendición que a una negociación democrática, lo plantean como una especie de derecho de conquista (institucional) en la que quien sale derrotado, el enemigo a batir (o a silenciar, ¡qué cómodos estaban tras el parapeto de la espiral de silencio!), es esa incómoda mayoría de catalanes que queremos seguir siendo españoles y, por supuesto, también miembros de la Unión Europea..

José Rosiñol es ex presidente de Societat Civil Catalana.

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