El secesionismo muestra su división en una Diada a la baja

Los partidos y las entidades exhiben sus diferencias, con la mesa de diálogo como principal punto de fricción

El independentismo más radicalizado increpa a Junqueras y Aragonès en un 11-S con mucha menos participación

Cabecera de la manifestión de esta tarde en Barcelona INÉS BAUCELLS / Vídeo: Un independentismo dividido llama a la unidad y a la movilización - Atlas

À. Gubern / M. Vera / D. Tercero

Durante años, la Diada del 11 de septiembre fue la principal demostración de fuerza del independentismo. Apabullantes y coreografiadas manifestaciones que transcurrían sin incidentes y en las que las organizaciones civiles del secesionismo empujaban a los partidos a avanzar en el ‘procés’. La «revolución de las sonrisas» lo llamaron. Ayer, en la Diada del desencanto y de la división, pocas sonrisas. Más bien lo contrario: menos participación que nunca, crispación entre los partidos y, para acabar, intervención policial y violencia por parte de los sectores más radicalizados, ya una costumbre en un movimiento que presumía de civismo y que parece abonado a la bronca y la capucha desde que en 2019, con motivo de la sentencia del Tribunal Supremo, las sonrisas se tornaron en rabia y contenedores ardiendo.

Sin un propósito claro como sucedió en las anteriores Diadas, la jornada de ayer exhibió la peor cara de un movimiento desnortado. En 2014 la Assemblea Nacional Catalana (ANC) reunió a una multitud en Barcelona para exigir a Artur Mas que convocase elecciones ‘plebiscitarias’; en 2017 otra muchedumbre calentó el ambiente antes del referéndum ilegal del 1-O. Objetivos, propósitos, nada que ver con lo vivido ayer. «Luchemos y ganemos la independencia», fue el lema de la manifestación de 2021, casi como un eslogan genérico.

A la baja

De entrada, el independentismo confirmó que su capacidad de movilización sigue menguando. Con la ayuda de la Generalitat, que levantó el viernes oportunamente las restricciones contra la Covid-19, la ANC convocó una manifestación de corte clásico, una marcha aún muy importante en cuanto a número, pero a años luz de pasadas convocatorias. La ANC situó la participación en 400.000 personas, la Guardia Urbana contó de manera más prudente 108.000. Muchas, según se mire, muy pocas para lo que llegó a movilizar el ‘procés’. A modo de ejemplo, la imagen de años anteriores de las calles de Barcelona colapsadas por autobuses fletados por la organización para traer a la ciudad a la gente de comarcas ayer fue mucho más modesta: llegaron 200 autocares frente a los 1.500 de 2018, o los 1.800 de 2017. Una Diada a la baja.

Si la menor participación y los incidentes con los que acabó la jornada abundan en la idea de un movimiento en retroceso y agriado, la crispación política, la división en los mensajes y los recelos entre los partidos apuntan a una desorientación absoluta. La previa de la Diada ya fue significativa. En el Fosar de les Moreras, que durante los años anteriores al ‘procés’ congregaba a un independentismo entonces muy minoritario, el presidente de ERC, Oriol Junqueras, tuvo que escuchar como le llamaban «botifler» los sectores más radicalizados, que ahora se agrupan tanto en el entorno de la CUP como en el de Junts. Con la cara algo desencajada, Junqueras tuvo que salir a defenderse, asegurando: «De la misma manera que no nos han hecho callar las prisiones, tampoco nos harán callar ni los insultos ni las amenazas». «No tenemos miedo de nadie» , añadió. Unidad y buen ambiente.

Otro tanto le pasó al ‘president’, Pere Aragonès, al acudir por la tarde a la manifestación de la ANC, donde fue recibido al grito de «Puigdemont, el nostre president» o «No negociamos», en referencia a la mesa de diálogo que se celebrará a finales de la próxima semana entre el Gobierno y la Generalitat y que es ahora la principal causa de confrontación en el seno del secesionismo. Hábilmente, su equipo evitó las escenas de hostilidad del independentismo más exaltado rodeando al presidente de decenas de militantes de las juventudes de ERC. Pudo ser peor y, de hecho, antes de la manifestación llegó a especularse con que Aragonès podría acabar como el entonces presidente Montilla, que en 2010 acudió a la manifestación contra la sentencia del TC sobre el Estatuto y tuvo que salir escoltado. No se llegó a tanto, pero la presión al ‘president’ y la tensión palpable ilustran que la de 2021 no fue una Diada feliz para un independentismo quebrado entre quienes aún alimentan el delirio de la unilateralidad y quienes desde el pragmatismo hablan de diálogo. Los primeros acusan a los segundos de neoautonomistas. Y estos a los primeros de seguir alimentando quimeras.

Advertencias

Más imágenes. Descolgados de la manifestación principal, la CUP y el resto de partidos de la izquierda independentista realizaron su propia marcha. Al término de la cual quemaron una bandera española y una francesa, ninguna novedad. Sí en cambio lo fue que se quemase una gran foto de Pedro Sánchez y Pere Aragonès de su reunión en La Moncloa, una advertencia de cómo el partido antisistema, en este caso alineado con Junts, acoge el citado foro. La unidad que pedía Aragonès para hablar con fuerza ante el Gobierno, reducida a cenizas.

Pese a las cifras y la división de los grupos políticos independentistas, o a pesar de ellos, la ANC sigue alimentando un discurso de independencia a la vuelta de la esquina. Su presidenta, Elisenda Paluzie, exigió a Aragonès que declare la secesión, recordando la frase de Carme Forcadell en 2014, cuando esta presidía la entidad, para presionar al entonces presidente Artur Mas: «¡Presidente, haga la independencia! Nos tendrá a su lado para lo que haga falta».

Paluzie se manifestó así en su discurso final de la marcha, a las puertas de la estación de Francia y muy cerca del parque de la Ciudadela, que alberga el Parlamento de Cataluña. La presidenta de la ANC señaló que, desde su punto de vista, la independencia la ganarán «con la lucha constante de la gente para desgastar a España», pero exigió hechos al Govern catalán. «Lo volveremos a hacer y lo haremos mejor», añadió. También hablaron desde el escenario montado para la ocasión Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, y Jordi Gaseni, presidente de la Associació de Municipis per la Independència.

Por la mañana, durante la ofrenda al monumento de Rafael Casanova, en la que no participaron Vox, Cs y PP, que llevaron a cabo sus propios actos de celebración de la Diada, se evidenció con claridad la división de los partidos independentistas y como novedad destacó la presencia de los condenados por el ‘procés’ por el Supremo e indultados por el Gobierno de Pedro Sánchez.

Polémica por El Prat

Por los pies de la estatua de Casanova pasaron, como es habitual, los partidos políticos y varias entidades civiles (como los dos equipos de fútbol catalanes que juegan en la Liga), pero la mañana ya tenía un tono desangelado, gracias en parte al incidente citado con Junqueras en el Fosar de les Moreras la noche anterior, y a un asunto candente pero muy alejado de las épicas ‘procesistas’, la polémica por el aeropuerto de Barcelona-El Prat y los 1.700 millones de euros perdidos por la Generalitat para mejorar el aeródromo.

En clave política y con el sonsonete de ‘Els Segadors’, que se reprodujo en bucle durante varias horas, los comentarios se centraron en la «desjudicialización y el diálogo» por parte de los socialistas y los comunes, los llamamientos a la unidad en la «mesa de diálogo» por boca de ERC y las consignas a favor de la confrontación hechas por Junts. Movimientos tácticos. Mensajes contradictorios y división. La Diada de 2021 mostró la peor cara del independentismo.

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