Daniel Tercero - Dazibao

La izquierda independentista líquida

¿Qué sentido tiene definirse de izquierdas en Cataluña, si todo vale para englobar este concepto ideológico? Decir que se es de izquierdaspierde sentido

10.11.2019 - Laura Borràs, candidata de JpC al Congreso, celebra con Quim Torra y otros miembros de JpC, entre ellos, Roger Espanyol, el resultado electoral de la formación que lidera Carles Puigdemont EFE

Se acaba el año 2019 (que no la segunda década del siglo XXI, pero vete tú a explicarle esto a los que se emocionan con las listas de lo mejor y lo peor de la década) y seguimos inmersos en la modernidad líquida de Zygmunt Bauman, filósofo que vino a explicar lo que el politólogo Francis Fukuyama no supo hacer en su fin de la historia tras la caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS. Que el mundo es mejor hoy que en cualquier otro momento de la historia solo lo pueden negar los sectarios y los que apenas ven más allá de hasta donde les llega la vista, al margen de que sean estos de izquierdas o de derechas (o no sean nada, dando la razón a Bauman). Cada uno a su manera, así lo defienden Steven Pinker y Hans Rosling, pero también, incluso, David Pilling, quien, eso sí, apuesta por humanizar la economía, empezando por los datos que sustenta la macroeconomía, como el cálculo del PIB, elemento sobre el que pivota todo (recortes en los presupuestos públicos, tendencias ideológicas, discusiones políticas de futuro...). En otras palabras, ¿cómo se puede calcular el conocimiento de un país o el valor que se tiene de la cultura? Curiosamente, los datos que nos dicen que en el mundo se vive mejor hoy que ayer no resuelven -más bien al contrario- el caos moral y ético en el que se encuentran las sociedades occidentales del siglo XXI.

De ahí que valga la pena secuestrar a Bauman para la política y, así, nos sorprendan algunos datos que nos devuelve a la cara el último Barómetro de Opinión Política del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat de Cataluña (CEO). Cabe recordar, antes de llevarnos las manos a la cabeza, que el CEO lo dirige Jordi Argelaguet, desde febrero de 2011, y que más allá de su pasado político (militó en el Moviment de Defensa de la Terra, MDT, una organización considerada el brazo político de Terra Lliure, que acabó por integrarse en la CUP ) es el autor de la mayoría absoluta inexistente de Artur Mas en 2012, cuando dos semanas antes de la cita electoral al Parlamento de Cataluña de aquel año el CEO auguró que CiU se iría hasta los 71-69 escaños (obtuvo 62 en 2010) aunque, finalmente, Mas se quedó en los 50. Un hecho que motivó, entre otros asuntos, el inicio de la travesía del desierto y la radicalización del nacionalismo catalán. Vamos, que Argelaguet se cubrió de gloria y el CEO ganó un respeto inmerecido. Con esta precaución habrá que tratar los datos.

Poniendo un punto y seguido al asunto Argelaguet, el último barómetro del CEO publicado este año (realizado entre el 14 de noviembre y el 5 de diciembre, sobre 1.500 encuestas) viene a confirmar que Cataluña, más que líquida, es una sociedad gaseosa. ¿Cómo, si no, definir a una comunidad que se ubica así misma en el eje izquierda-derecha (en una escala del 0 al 10, donde 0 es la extrema izquierda y 10 la extrema derecha) en el 3,60 teniendo en cuenta que de los casi 40 años de Generalitat gracias a la Constitución de 1978 solo siete fueron presididos por un político bajo una marca de izquierdas? Y la tendencia es a ir aproximándose al 0, pues en julio de 2018 la media estaba en el 3,87 y en marzo de 2019, en el 3,74 de media. ¿Qué decir de un lugar en el mundo en el que los votantes del partido de la derecha clásica y tradicional -una de las más reaccionarias de Europa-, ahora bajo el paraguas de JpC, se consideran así mismos más de izquierdas (3,75) que los que votan al PSC (4,02)? ¿Qué sentido tiene definirse de izquierdas en Cataluña, si todo vale para englobar este concepto ideológico? Así, decir que se es de izquierdas pierde sentido para el análisis político, pues su explicación se diluye en un magma que todo lo traga.

¿De qué manera podemos definir a una formación política como el PSC que, habiendo pasado por la Presidencia de la Generalitat, y cuya dirección sigue empeñada en definirse como «catalanista» -sin saber bien bien qué quiere decir esto exactamente-, no hace nada para adecuarse a sus votantes, que en la escala del 0 al 10 en el eje mínimo-máximo del sentimiento catalanista se sitúan en el 5,03 y a solo 0,05 puntos del lugar en el que se ubican los votantes de Ciudadanos, un partido al que los socialistas intentan expulsar del espacio político por no considerarlo «catalanista»? La media de los catalanes, sin especificar al partido que votan, está en el 6,75 del eje. ¿Qué decir de la sociedad catalana gaseosa que vota a los comunes y al PSC y en la escala del 0 al 10 del eje mínimo-máximo del sentimiento españolista están a años luz de JpC (1,40), ERC (2,00) y la CUP (0,96), ubicándose, los primeros, en el 4,38 y los socialistas, en el 6,29; siendo la media del 3,91 y con el PSC, al menos sus votantes, más cerca del PP (8,10), partido con el que no quieren pactar ni en una pedanía, que de los partidos independentistas?

Y, ¿cómo explicar que el 30,5 por ciento de los votantes de ERC consideran que Cataluña tendría que mantener jurídicamente un vínculo (región, autonomía o estado federal) con España y no apuestan por la secesión, como sí lo hacen la dirección y los militantes del partido? ¿Y dónde queda el PSC cuando lee que el 54,8 por ciento de sus votantes cree que Cataluña debe ser «una comunidad autónoma», frente al 27,7 por ciento de los que apuesta por el federalismo que tanto cacarea la dirección?

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