Daniel Tercero - Dazibao
«¿Qué debe hacer el próximo presidente?»
«España es un país en campaña electoral permanente. El cálculo electoral prima por encima de todo»
Hace solo 42 días, Pedro Sánchez, entonces, como ahora, presidente del Gobierno de España en funciones, decía esto: «Lo primero que tenemos que saber es que la crisis que se vive en Cataluña es una crisis de convivencia, no es una crisis de independencia, y por lo tanto lo que tenemos que hacer es aumentar los espacios de encuentro, de diálogo, como, por ejemplo, esa mesa de partidos que existe en el Parlamento de Cataluña y reducir a la mínima expresión los espacios de confrontación. Si nosotros -el PSOE- conseguimos la confianza mayoritaria de los españoles, el próximo 10 de noviembre, anuncio que pondremos en marcha tres importantes medidas. Tres importantes medidas. La primera: vamos a construir concordia desde la educación. Y, por eso, vamos a aprobar una nueva asignatura para toda la Educación Obligatoria para todo el territorio español, sobre educación en valores civiles, constitucionales y éticos. La segunda propuesta: vamos a modificar la Ley General Audiovisual, para que en los consejos de administración de todos los entes públicos de medios de comunicación, no solamente el español, sino también todos los autonómicos, sean aprobados por un respaldo de dos terceras partes de sus Parlamentos autonómicos. Con eso acabaremos con el uso sectario que se está haciendo por parte del independentismo catalán en el caso de TV3. Y, finalmente, lo que vamos a hacer -tercera propuesta- es incorporar en el Código Penal un nuevo delito para prohibir de una vez por todas la celebración de referéndums ilegales en Cataluña, como ha ocurrido cuando gobernaba el PP. En definitiva, es una crisis de convivencia, no de independencia. Lo que necesitamos son aumentar los espacios de encuentro y reducir a la mínima expresión los espacios de confrontación entre catalanes».
Estas palabras, pronunciadas en el debate electoral de RTVE del 4 de noviembre, solo seis días antes de la cita electoral, venían a responder a una pregunta clara, directa y concisa: «Usted, durante estos días y semanas de incidentes en Cataluña, ha optado por no contestar al presidente de la Generalitat. ¿Qué cree usted que debe hacer el próximo presidente del Gobierno, el que surja de las próximas elecciones, para que se garantice el orden constitucional en Cataluña?». El discurso del líder del PSOE no respondía a una pregunta sobre la «convivencia» -como él incluyó-, ni sobre un «problema político» -como ahora asegura el socialismo y defiende el independentismo-, ni tampoco sobre una crisis organizada y alentada por los partidos secesionistas -que es lo que ocurre en Cataluña-, a los que, solo seis semanas después, Sánchez busca con ahínco para que le permitan seguir en la Moncloa.
Precisamente por esto, por seguir al frente del Consejo de Ministros, cabe preguntarse: ¿qué valor tienen las promesas anunciadas en los debates electorales? ¿Qué importancia tienen las medidas ofrecidas al elector en una respuesta preparada, ordenada y efectista? ¿A dónde van las propuestas que no se explicitan en los programas electorales pero se prometen en la campaña electoral? ¿Qué puede estar pensando el votante socialista que acabó por decidir su voto al escuchar al candidato Sánchez pronunciar sus tres soluciones al desafío independentista? Según datos con los que trabajaba el equipo electoral del PSOE -a solo un día del 10 de noviembre, explicó el periodista Manuel Sánchez en Público- el 30 por ciento de los que tenían intención de acudir a las urnas estaban indecisos y «la inmensa mayoría» de estos tenía a los socialistas como una opción real para acabar por votar.
¿Qué argumento tendrá ahora -si finalmente se consuma el pacto PSOE-ERC para que Sánchez repita como presidente del Gobierno- el que acudió a su colegio electoral aquel domingo para depositar la papeleta del PSC (que no la del PSOE) confiado en las palabras de Sánchez? Él será la moneda de cambio. Quizás, sin saberlo. O sabiéndolo, pero resignándose. Su voto habrá legitimado la opción política -y, sobre todo, ilegal, al fin y al cabo el líder de ERC, Oriol Junqueras, está condenado por sedición y malversación, y no se arrepiente de lo que le llevó al banquillo de los acusados, primero, y a la cárcel, después- contra la que acudió a las urnas.
Como bien saben los asesores políticos electorales, e Iván Redondo es uno de los mejores en esto de aupar a los que tienen alguna opción (Xavier García Albiol, José Antonio Monago o Antonio Basagoiti, todos del PP, son, al margen de Pedro Sánchez, sus mejores obras), los indecisos a pocos días de la cita electoral se mueven por aspectos concretos que puedan atraerles, engancharles, apartar sus dudas sobre el candidato al que tenían puesto el ojo pero no acababa de convencerles. ¿Cuántos de ellos lo hicieron a favor de Sánchez por las tres soluciones que él mismo planteó en el debate electoral del 4 de noviembre «para que se garantice el orden constitucional en Cataluña»?
España es un país en campaña electoral permanente. El cálculo electoral prima por encima de todo. Y cualquiera -¡hasta un presidente del Gobierno!- puede prometer cualquier cosa, porque sabe que su incumplimiento no será penalizado... ni tan solo en las siguientes elecciones.