Daniel Tercero - Dazibao

La anomalía española

«Campos ha dejado Cataluña por Cádiz y, como despedida no definitiva, acaba de publicar La anomalía catalana (Deusto, 2019)»

Josep Tarradellas entrega en una imagen de archivo

Daniel Tercero

Cristian Campos es un periodista con ideas propias que las ordena para sus columnas. Una exhibición como otra cualquiera, que a Campos, en concreto, le obliga constrastar lo que le ronda por la cabeza para desnudarse en público gracias al espacio que en internet le brinda El Español. Campos ha dejado Cataluña por Cádiz y, como despedida no definitiva, acaba de publicar La anomalía catalana (Deusto, 2019), una radiografía de la política atrofiada por culpa de una demanda, la del nacionalismo, que está cargada de mitología y falsedades, una necesaria reiteración, pues es gracias al -imprescindible- engaño como hemos llegado hasta el punto en el que nos encontramos hoy.

Las 270 páginas de la obra se resumen en la recurrente frase de Josep Pla, pronunciada en una entrevista para TVE en 1976, y que describe toda una época de la historia de Cataluña: «Un catalán es alguien que se ha pasado la vida siendo ciento por ciento español y le han dicho que tendría que ser otra cosa». Esa «otra cosa» es la que detalla Campos con precisión. Anomalías, las llama -de ahí el título del libro-, que derivan todas de la obsesión del nacionalismo por convertir a los ciudadanos en algo que no son. Odio. Autoodio. Y cuya única solución, a varias generaciones vista, es más España. La España de la Constitución y la convivencia. La España que se sitúa en el top de «todos los baremos internacionales sobre calidad democrática» (páginas 16 y 17) y muchas otras clasificaciones (donación de órganos, esperanza de vida, menos violencia doméstica, sanidad pública, tolerancia, patrimonio universal, bajos suicidios, historia, deporte...).

Es decir, defender e insistir en que «libre del yugo español, Cataluña conseguirá ser todo aquello que España ya es desde hace décadas». Porque, para desgracia de los detractores, España «es una nación tediosamente asimilable en lo malo a cualquiera de las de su entorno, pero no tanto en lo bueno, donde puntuamos bastante más alto de lo que creemos». Tanto es así que la revolución nacionalista en Cataluña -ahora independentista violenta- no podrá triunfar, porque es el único lugar del mundo en el que los que se dicen oprimidos son las clases altas, la burguesía y los políticos que controlan las instituciones públicas desde hace casi cuarenta años y viven gracias a la democracia del supuesto Estado opresor.

Una anomalía más, como la que hace referencia a la lengua catalana. El idioma catalán es la única lengua que tiene el estatus de lengua amenazada y lengua con millones de hablantes. Una idea que cala y tiene miles de seguidores, que no se han parado a pensar que o se es una lengua en extinción o es la «novena lengua europea» (pág. 44), pero que las dos cosas, a la vez, es imposible. Similar a la de comparar Cataluña con la situación que se vive en Israel y en Palestina, como hizo Artur Mas en 2011 y 2016 (pág. 230). Campos define estas paradojas, en declaraciones a ABC, como algo «enfermizo», pues «combinan el complejo de inferioridad con el complejo de superioridad».

Por el teclado del periodista también transitan otros asuntos nucleares del nacionalismo: el F. C. Barcelona, el catalanismo, TV3, la escuela, los medios de comunicación catalanes («Su fe en la causa siempre ha sido muy superior a su fe en la realidad», pág. 90), Enric Juliana, las transferencias que tiene la Generalitat, los 39.692 votos a ETA de 1987, Jordi Pujol, el moderado Oriol Junqueras («Ningún producto catalán ha tenido mayor éxito de ventas que el catalanismo moderado, ese animalito mitológico de la política española del que se dice que existen cientos de miles de ejemplares, pero que en realidad cuenta su población con los dedos de una mano», pág. 136), el PSC, la historia (manipulada), la CUP como «motor» del procés, el lenguaje (decir negociación cuando se refieren a «exigencia de cesiones»)...

Visto así, del tirón, parece lógico ver en el libro a un periodista pesimista. «El nacionalismo es muy goloso. Desde pequeño te dicen que eres mejor que tu vecino, que eres la bomba, y que los españoles llevan años robándote. En Cataluña existe un populismo derivado en totalitarismo, disfrazado de democracia, una democracia con apellidos y, por lo tanto, disminuida. No hay puentes entre bloques, porque se habla para convencidos», confiesa Campos, a este diario, mientras nos remite a su último capítulo del libro: «Una pésima idea aplicada a la especie correcta». Estas últimas páginas son un grito de auxilio porque quizás ya no estamos a tiempo de «recomponer todo lo que se ha roto en Cataluña», quizás ni podamos, ya, «conllevarlo».

Por lo tanto, habrá que empezar por los inicios, con tranquilidad y con buena letra. «Cuarenta años de democracia no han bastado para que PP y PSOE hayan sido capaces de explicarles, no ya a los catalanes nacionalistas sino también al resto de los españoles, que Cataluña no pertenece a los catalanes más de lo que pertenece a los gaditanos, a los madrileños o a los valencianos. Es decir, de explicarles qué quiere decir, y qué implica, la expresión soberanía nacional» (pág. 142). La anomalía catalana es la anomalía española.

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