El coronavirus detrás de la barra de un bar
Un local de Barcelona pasa en 24 horas de la euforia de un partido de Champions a quedarse sin clientes
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Si hay algo que une a las personas es el deporte, en especial el fútbol. Esa emoción de ir con tus amigos a un bar y ver a tu equipo jugar es uno de los placeres de la vida. En una ciudad como Barcelona, donde el fútbol es sinónimo de fiesta, parece mentira que podría llegar a pasar algo tan terrible como para lograr detener la pelota y suspender los partidos.
Ellen, manager de una cervecería artesanal en Barcelona, disfruta los días de fútbol: son los más movidos, donde viene más gente. El miércoles de Champions League fue así. Liverpool contra Atlético de Madrid, muchos fanáticos de ambos equipos, no había lugar en las mesas, pero eso no fue un problema. La gente estaba de pie disfrutando del espectáculo que se vio en Anfield. Todo se veía normal, como cualquier otro día donde hay un partido importante. Poco sabía Ellen que al día siguiente llegaría un invitado no deseado: el coronavirus.
Tanto Ellen como sus compañeros de trabajo y sus jefes venían escuchando el tema del coronavirus. Una gripe que, aparentemente, se está saliendo de control en algunos lugares del mundo. “Aquí no va a llegar”, ese era el pensamiento común. Siempre tendemos a pensar que todo lo malo pasa en todas partes menos en donde estamos nosotros. Pues no, sí puede pasar. El coronavirus parece haber llegado para instalarse y expandirse en Cataluña y España. En vista de esta situación, la Generalitat comienza a dictar medidas preventivas que ya van dejando consecuencias en el área de la hostelería y la restauración. La cervecería de Ellen no es la excepción.
Jueves, 12 de marzo, 19:20 horas, el bar donde Ellen va a pasar las próximas ocho horas de su vida está vacío. No hay nadie. El partido del Manchester United parece haber perdido importancia frente a la amenaza del Covid-19 . No hay aficionados, no están los estudiantes de intercambio que vienen de Estados Unidos a disfrutar por cuatro meses de la capital catalana, nada.
Llegan dos parejas, son personas mayores, evidentemente británicos. Se miran entre ellos mientras se acercan a la barra, la cual usualmente está abarrotada de gente intentando pedir una cerveza artesanal, pero esta noche está completamente despejada. Es una imagen un poco deprimente, tal y como lo es ver al Man.U jugando en un estadio sin público. “ Si no nos mata el coronavirus, nos mata la tristeza de ver los partidos así ”, le comenta uno de los señores británicos a Ellen entre risas. Ella sonríe de vuelta, sin respuesta alguna.
Los camareros que están en la sala están desesperados, no hay nada que hacer. Ya limpiaron todas las mesas, ya barrieron el suelo -que nunca se ensució-, ya rellenaron los centros de mesa con cubiertos y servilletas. Hay dos cosas en el bar que siguen funcionando con normalidad, incluso con más frecuencia de lo normal: los repartidores a domicilio y el teléfono. ¿Es seguro ir?, ¿no tienen que cerrar?, ¿seguro que podemos ir con los niños? Nadie quiere salir de su casa, todos aprovechan que la cervecería ofrece sus servicios en las “apps” Glovo, Deliveroo y Uber Eats. Hay más repartidores que de costumbre, la comida está saliendo más rápido de lo normal. “Ojalá y siempre fuese así”, comentan entre los repartidores. Uno de ellos va con mascarilla.
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