José Rosiñol - TRIBUNA ABIERTA

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

El «prusés» pacífico y «democrático», esa «revolución de las sonrisas», está trufada de episodios de violencia

El lunes y martes de la semana pasada se repitieron las coacciones y amenazas a los jóvenes de Societat Civil Catalana (SCC) en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). El «prusés» pacífico y «democrático», esa «revolución de las sonrisas», está trufada de episodios de violencia contra aquellos que, legítimamente, ejercen su derecho a expresarse libremente y a disentir de la corriente oficialista marcada por la Generalitat.

Imagino que esta rabia desencadenada desde hace no mucho tiempo puede responder a varias causas, algunas sociológicas y otras antropológicas. Lo que durante mucho tiempo se quiso hacer pasar por normalidad, incluso por sentido común, pasaba por aceptar el dogma nacionalista, y si no se comulgaba con ello debías respetar esta tiranía de las costumbres institucionalizada con el silencio, con la espiral de silencio. Cuando algunos valientes se atrevieron a romperlo desencadenó esa ira contenida ante la diferencia. También podría buscarse la causa de esta violencia en la frustración, ante el castillo de naipes y la gran cortina de humo gestada por el separatismo, haciendo creer que lo imposible era posible, que lo indeseable e inadecuado era en verdad lo esperado, lo deseado, lo necesario e indefectible, además, hicieron creer que la quimera, lo quimérico era algo inmediato, gratuito e indoloro.

Sin embargo, quienes hemos estado en el lado de la razón, los que hemos intentado que la sociedad catalana retorne a la racionalidad y a la isonomía, quienes hemos estado cerca de las estructuras de poder creadas por el nacionalismo, sabemos que estos episodios son una consecuencia, son la consecuencia no la causa.

La maquinaria totalizadora pasa por señalar públicamente al discrepante, pasa por el seguimiento del discrepante, por la indagación hasta la náusea en la biografía de la persona «objetivo», todo gracias a «periodistas» orgánicos que hacen de su modus vivendi y su modus operandi la persecución y difamación del disidente.

Naturalmente, este plan de coerción social no es casual ni espontáneo, hemos visto como en TV3 se puede insultar a partidos, asociaciones y personas, tachándoles de «fascistas», «nazis» «quintacolumnistas» o «nube tóxica». Son estos insultos los que utilizaron esa caterva de ingenuos jóvenes ultranacionalistas contra los valientes de SCC en la UAB.

Y en el Parlamento de Cataluña se llegó a pedir que se retirase el Premio Ciudadano Europeo a SCC incluso aunque en una conversación privada con un alto cargo de esto del «prusés», cuando le cuestioné que un parlamento democrático señalase públicamente a unos ciudadanos por el mero hecho de organizarse e intentar acabar con la asfixiante narrativa nacionalista, me dijo: «Os habéis metido en política, habéis dicho muchas cosas contra ‘nosotros’ y eso tiene sus consecuencias». Esta es la Cataluña que quieren los próceres nacionalistas: la sumisión y el silencio del disidente.

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